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fumadores

¿Más recaudación, más salud o más humo?

 

Por Carlos M. Hornelas Pineda

A través del incremento al impuesto del tabaco, los diputados nuevamente dan una solución política, por no decir populachera, a un par de problemas nacionales que requieren medidas más decididas e informadas que sus corazonadas, ocurrencias o puntadas.

El supuesto razonamiento que fundamenta el aumento del gravamen es endeble y ridículo. Se ha dicho que la medida se toma porque resultará en una mayor recaudación a favor de la federación, además de servir como mecanismo de inhibición del consumo del producto, contribuyendo con ello a la solución parcial de un problema de salud pública. No hay nada más falso.

Desde la teoría económica, la llamada curva de Laffer establece que ante un impuesto reducido, el consumo aumenta y con ello la recaudación. Si lo que se quiere es obtener más recursos a través de la tasación, la medida no funciona: si los impuestos al tabaco crecen se inhibe el consumo y con ello la recaudación.

Además en ese sentido cabe agregar que los fumadores ya pagan impuestos, es decir que su mal hábito, vicio o enfermedad, como se quiera llamarle, los hace contribuyentes consuetudinarios del presupuesto federal. Es decir, los fumadores son en ese sentido mucho más productivos que los comerciantes ambulantes que no pagan impuestos, los expendedores de productos piratas o las exorbitantes ganancias que los grandes capitales obtienen diariamente en las operaciones bursátiles que no son tasadas porque seguramente los diputados no ven en estas prácticas a ningún contribuyente cautivo, es más, se puede decir que les esquivan porque les temen.

Por otra parte, el precio final del producto, con su respectivo aumento es asumido directamente por el consumidor y no por la tabacalera, convirtiéndose así en una medida de castigo y discriminatoria contra el fumador. Como se sabe es una política de este sexenio en particular criminalizar a los consumidores y en algunos casos sobreseer a quienes producen y distribuyen esta y otras drogas sean o no legales.

Los que fuman requieren pagar al contado la cajetilla al exhibir su credencial de votar que acredita la mayoría de edad, cuestión que jamás ocurrirá con el traficante que a la salida de las escuelas vende sin remordimiento ni escrúpulos las llamadas drogas fuertes a los menores de edad.

El presidente Calderón el año pasado ya advertía a los empresarios que su reforma fiscal estaba cerca y finalmente aquellos que aún se negaban a pagar impuestos serían reconvenidos a hacerlo. Cabe mencionar en este sentido como pequeña muestra las deudas aún no cubiertas por el pago de impuestos que tiene el señor Salinas Pliego a quien no se le ha tocado el cabello ni con el pétalo de una rosa. No fuera un contribuyente de a pié porque entonces Hacienda estaría amedrentándolo como al resto de los ciudadanos mortales y sin privilegios. He aquí entonces unas fuentes de posible tasación más acordes con el fin perseguido.

En segundo lugar se encuentra la cuestión de salud pública. Mientras se tasa el incremento al tabaco no se hace lo propio con la comida chatarra en las escuelas. Como se sabe somos el primer lugar mundial en obesidad y seguimos expendiendo comida chatarra en nuestros centros de enseñanza, para que adquieran hábitos tan perennes como el cigarrillo. La medida anunciada para erradicar su venta, entre otros a menores de edad que ignoran cómo se pone en riesgo su salud, cuando consumen estos productos, fue prácticamente abandonada por afectar intereses empresariales bastante arraigados.

En realidad se dieron cuenta, una vez más como en el caso de las drogas y del tabaco, que la culpa es del consumidor, no del productor ni del distribuidor. Aún cuando se trate de escuelas públicas. Tampoco como en los casos anteriores se ha acompañado a la medida con campañas de sensibilización o información.

¿No es entonces más urgente, si de salud pública se trata, resolver el problema de la obesidad? Cada año las muertes relacionadas con este padecimiento aumentan y nadie pone una etiqueta con fotos de venas tapadas como advertencia de lo que les ocurrirá a los consumidores, cosa que ocurrirá en unos meses con las cajetillas de cigarro. Nadie tampoco parece estar a favor de incluir en las etiquetas del alcohol fotografías de hígados deshechos, aún cuando el problema del alcoholismo esla puerta a las adiciones de otro tipo.

La estadística dice que las muertes en accidentes de tránsito o las derivadas de hechos violentos tienen como protagonista al alcohol. Este producto puede, a diferencia del tabaco consumirse en lugares cerrados, en restaurantes, tiendas de conveniencia en horas o deshoras de la noche, en establecimientos formales o garitos que lo ofrecen a menores de edad. Y la edad de iniciación es prácticamente la misma que la del tabaco. ¿Por qué entonces no se tasa el alcohol de manera que se inhiba su consumo? ¿tenemos en suma ya resueltos los problemas de obesidad, alcoholismo o drogadicción para ocuparnos del tabaco con tanto afán?

La política de humo se acompaña de su cortina. Finalmente algunos estados están sufriendo la escasez de recursos y el año electoral está en puerta. A nivel federal sólo cabe preguntar ¿por qué necesitamos más recursos si hay un subejercicio presupuestal? ¿A quién estamos financiando?

 

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