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La doble crisis del campo

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La doble crisis del campo

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Falta de recursos y manos que lo trabajen

Por José Luis Preciado

El mundo no se acabará. Los mayas hablan del fin de una era, no del fin del mundo. Sabios de los pueblos mayas de Yucatán lo tienen muy claro; la interpretación de los últimos tiempos es práctica, la filosofía se la dejan a los filósofos y expertos de la ciencia. Los sabios consideran que se acabó la era del hombre del maíz, del trabajador del campo, del amantísimo hombre de la tierra.

Allá en las comunidades rurales ya no quedan manos que trabajen la tierra, los ancianos se resisten a la luz mercurial de ciudades o poblaciones medias y se quedan a vivir bajo el resplandor de las estrellas. Las edades laborales de estos campesinos oscila entre los 50 y los 80 o más años. Es decir, aquel relevo generacional nunca llegó. El relevo se estacionó en Mérida o se fue a la Riviera Maya de Quintana Roo, allá donde los sueldos son semanales y se cobran en efectivo y no en especie, allí donde las tentaciones distraen y aniquilan el pensamiento verde adquirido en medio de la milpa.

Naranjales del valle de Muna se secan en medio del abandono de su viejo dueño, apicultores que no pueden comercializar su producto empiezan a dejar de criar abejas, ganaderos testarudos se quedan encerrados en sus propios corrales, mandaron a sus hijos a los tecnológicos agropecuarios de Conkal o a la Facultad de Veterinaria de la UADY y ya no volvieron, la ciudad se los comió y montaron sus clínicas para cortar el pelo de los perros, amamantar gatos de angora, cruzar cabras de ornato, adaptar malteses al trópico y se olvidaron del viejo que espera allá en los ranchos del oriente. La educación en las escuelas rurales también sufre las embestidas de estos cambios, maestros que no llegan o van poco, alumnos que no ven otra salida más que emigrar y el costo que significa no tener servicios de mejor calidad.

Otro factor: los créditos y apoyos dejaron de fluir y se fueron quedando en manos de vivos y vividores, intermediarios cuyas uñas son de acrílico acetonado y no precisamente de tierra de campo, inventores de proyectos de escritorio que terminan en cuentas bancarias. Este país, este Yucatán, descobijó al campo y lo estamos pagando muy caro.

La riqueza de una nación no radica en sus reservas económicas, radica en la riqueza de su producción agrícola, del número de vientres de ganado, de la capacidad para la cosecha de maíz y otros granos y semillas, de la crianza de  aves para consumo, pavos, cerdos, reses, frutas verduras, vegetales…

En la tierra está la riqueza. ¿Hasta cuándo nos daremos cuenta?

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