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Teatro: botín de filibusteros

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Teatro: botín de filibusteros

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Por Alejandro Pulido Cayón

Mérida, Yucatán, a 21 de febrero de 2011.- Productores carcomidos. Actores que saborean el embuste, la desesperación del panorama difuso, entregados a otras pieles porque escuece la propia. Escritores al desamparo de su obsesión. Directores dispuestos a resquebrajarse en alaridos neuróticos por exigencias pueriles. Una total falta de respeto institucional hacia esa pléyade de artistas en busca de escenarios. Y todos a contracorriente: ese es, en resumen, el tras bambalinas del teatro en la entidad.

Concluido el Festival de la Ciudad 2011, queda agrio sabor de boca: La sensación entre creadores locales de haber sido ninguneados. Si bien el público obtuvo satisfacción, llenó salas, auditorios y se volcó a la calle en populares conciertos; el anverso de la moneda se revela oscuro, preocupante por la explotación de que son objeto los artistas en Mérida, ya no hablemos del resto de Yucatán. Que hay cotos de poder y grupos de beneficiarios, es cierto y de eso hablaremos adelante. Hoy, con un balance a la distancia, se observan severas deficiencias en materia de política cultural que urge sean corregidas.

Resulta obvio que por seis millones 370 mil 320 pesos alguien se preste a las caravanas oficiales, la haga de tapete y hasta se dé el gusto de perder medallas. Al fin, Juan te llamas. Y aquellos que tuvieron que trabajar meses sin un centavo, coser sus propios trajes, desvelarse en espera de un pequeño tiempo para ver requerimientos técnicos y que finalmente les recortaron más de un 40 por ciento el presupuesto original de sus obras que ni siquiera llegaba a tristes 100 mil pesos, ¿dónde están? Esos se quedan en Mérida. Son los que forjan día a día la paz en esta ciudad, los que dejan en el escenario el sudor y las lágrimas previas al estreno. Son los que viven a trompicones con tres trabajos y no se rinden. Son los que empeñan hasta el acta de nacimiento para salir adelante con su producción, porque creen en el teatro. Esta es una de las primeras deficiencias en la que ha poner atención la autoridad cultural.

Más claro y más fuerte: ¿Qué caso tiene para el Ayuntamiento impulsar un festival donde las producciones teatrales quedan en el olvido? ¿Qué política de promoción existe para darle vida y durabilidad a esas obras gestadas y producidas con “la recaudación del predial”? ¿O qué: todo el esfuerzo, empeño y sacrificio de los creadores termina con el estreno y una función más de retribución social? ¿Dónde están los apoyos estatales y la coordinación interinstitucional? ¿Por qué no hay oficinas para la gestión de patrocinios? ¿A qué diputado le interesa legislar en materia cultural y artística? Quedan esas y otras preguntas de tarea. La verdad, el espectáculo de relumbrón sólo es pan y circo. Aturdimiento colombiano que, igual a buena droga popular, se lleva el grueso del presupuesto.

Se habla de que hay un nuevo auge en el teatro de Yucatán, que no del regional, estemos claros. Existen grupos que se juegan el todo por el todo. Llaman la atención los casos de Ariadna Medina y Juan de Dios Rath; Francisco Solís y Hortencia Sánchez; Analie Gómez, Oscar López y Raquel Araujo y David García y Ricardo Andrade Jardí, por mencionar los destacados. Sus esfuerzos, al margen de la oficialidad e incluso pese a ella, empiezan a rendir frutos tangibles por el empeño personal, no porque existan políticas definidas que les beneficien. En contra parte, se observan apoyos desmedidos a las “vacas sagradas” de siempre, que han dejado de hacer aportaciones sustanciales al devenir escénico y que, duélale a quien duela, reciben la bicoca de casi dos millones de pesos anuales por parte del Estado para su manutención (según informes de Conaculta).

Honestamente, la desproporción en el manejo presupuestal dirigido a la producción teatral en la entidad es preocupante. Si consideramos que más del 85 por ciento de la tropa de teatreros se concentra en Mérida, la inversión conjunta entre los tres niveles de gobierno es imperceptible. Hablamos de recursos superiores a los siete millones de pesos que nomás no se ven aterrizados, y mucho menos articulados a políticas para la creación de públicos, generación de espacios o apoyos para giras y festivales.

Subyace una terrible realidad: hacer teatro en Yucatán es pelearse contra molinos de viento, plegarse a la inexistencia de programas y proyectos eficientes de los diferentes órdenes de gobierno; o apostarle con recursos propios para desarrollar nuevas propuestas, alejados completamente de los presupuestos públicos etiquetados para ello. Finalmente, las obras presentadas en el Festival de la Ciudad, así como las que tendrán lugar en dos festivales más que organiza el ICY, sólo engruesan la estadística oficial (por no decir las bolsas de quienes malversan esos dineros, y pruebas hay). Este sí es un teatro para hinchar sueños, un teatro de filibusteros.

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