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La camioneta blanca

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La camioneta blanca

redes-socialesPor Alejandro Pulido

¡Alerta! ¡Alerta! ¡Vienen los robachicos y son malos, muy malos, más malos que Chiquidrácula! Que no salgan de sus casas, guárdense de la maldad que circula por las calles de Mérida en una camioneta blanca. Difundan el mensaje, dejen de pensar y armen el caos a punta de mentiras. Palabras más, palabras menos, eso sucedió a principios de semana con una publicación, audios y fotografías en redes sociales, Twitter y WhatsApp en Yucatán y Campeche.

¿Cómo se explica que una leyenda urbana, una pifia en internet, se haya viralizado a tal grado que requirió un desmentido oficial desde la Fiscalía General del Estado?

En primera instancia, pienso que es un signo de la época, como lo señala el psicoanalista mexicano Aniceto Aramoni: “El ser humano vive en un medio que fomenta la paranoia, y que le impone condiciones difíciles de sobrellevar, llevándolo al extremo de sustentar sus esperanzas del futuro en lo mágico, en lo irracional”.

Considerado uno de los estados más seguros del país, Yucatán ha mantenido una estrategia que garantiza bajos índices de violencia en cuanto a crímenes de alto impacto, como son el secuestro, la extorsión y, ni qué decir, las ejecuciones.

El precio que se paga es el de una entidad sitiada por retenes policíacos, vigilada palmo a palmo por cámaras, detenciones sistemáticas para revisiones “de rutina”, entre otras acciones que, dicho sea de paso, han demostrado su eficiencia y eficacia con sustantivas detenciones. Sin embargo, ello también contribuye a fomentar el ambiente del que habla el doctor Aramoni, particularmente en el libro colectivo “Las paranoias” (Ed. Demac, 2013; Colección Psicoanálisis).

En ese contexto, las redes sociales virtuales como Facebook, el microblogging de Twitter y la mensajería instantánea personalizada vía WhatsApp, fueron elementos catalizadores para disparar una paranoia colectiva acerca de una supuesta banda de secuestradores y traficantes de órganos que recorrían el estado. Ello sin que mediara el más mínimo análisis de quienes utilizaron sus cuentas y medios para divulgar tal patraña.

Sin duda se trató de un fenómeno que, desde un principio, evidenció su carácter como delirio organizado, propio de las paranoias, pues la fuerza del mensaje se cimentó en dos elementos fundamentales. El primero fue asegurar que los medios tradicionales de comunicación estaban silenciados por el gobierno, para no crear pánico (que era en realidad el objetivo); para después reforzar la idea de que los rezos y otras precauciones salvarían a nuestros hijos y mujeres.

Este tipo de acciones se han replicado desde hace casi una década en diferentes partes del mundo. Tanto en Argentina como en Murcia, España, se tienen registros sobre el caos ocasionado por la banda de la camioneta blanca desde 2005. Esta vez, tocó a Campeche y Yucatán ser atrapados en esa maraña desinformativa que, por fortuna, fue detenida a tiempo por las autoridades.

Este asunto, desde otra perspectiva, pone sobre la mesa de discusión los mecanismos legales y protocolos que habrán de seguirse ante nuevas oleadas de desinformación que afectan a la sociedad. Porque esta vez, no hubo responsables. O mejor dicho, hay demasiados irresponsables.

En Twitter: @alexpulidocayon

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