Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Invierno profundo

Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Invierno profundo

winters-bone-movie-image

 

Por Alejandro Pulido Cayón

 

Mérida, Yucatán, a 17 de junio de 2011.- Más árido que la tundra, resulta el aislamiento social. Máxime si pega en la adolescencia, con la carga de dos pequeños hermanos, un padre desaparecido y la madre esquizoide. Cuando no existe otra familia que uno mismo, el invierno azota recio, quiebra el espíritu, es profundo, devastador, tuerce la voluntad. O al contrario: forja el alma, la engrandece a golpe de podredumbre. Esa es la lección que restriega a los cobardes Ree Dolly (Jennifer Lawrence), la protagonista de Invierno Profundo.

Nominada al Oscar por mejor película, esta cinta llega con más de un año de atraso a las salas cinematográficas de Mérida. Resulta una verdadera pieza de drama que ha de valorarse por encima de absurdos tiroteos, superhéroes intergalácticos y persecuciones automovilísticas de gran presupuesto que inundan los cines estos días.

Cruda como los paisajes montañosos donde transcurre la acción, la historia de Ree Dolly enaltece el significado de la voluntad contra lo adverso. La joven de apenas 17 años, criada en inhóspito hábitat, muestra un coraje a prueba de todo cuando, orillada por las circunstancias, ha de buscar vivo o muerto a su padre.

Pausado en su desarrollo, el filme adaptado de la novela homónima de Daniel Woodrell y dirigido por Debra Granik interna al espectador en la zona rural del medio oeste estadounidense, en específico el área dominada por los montañeses: seres peculiares que se rigen por sus propios códigos de violencia y honor, constituidos en una cerrada comunidad que oculta sus crímenes en el silencio y la muerte.

Erigida como última esperanza para su desarticulada familia, la púber Ree Dolly está obligada a enfrentarse con sus parientes para desentrañar la ubicación de su padre, un “cocinero” de mentanfetaminas quien dejó como fianza en el juzgado la única propiedad terrenal que tenía y que, ante su desaparición, amenazan con incautar.

El tortuoso viaje que emprende la muchacha, confronta -a manera simbólica- lo imponente de la naturaleza con la ruindad humana, que de pronto pareciera contagiar vastos parajes, volviéndoles inhabitables como el tártaro. Es así que la construcción visual revela tremenda desolación del alma de los personajes, inconmovibles todos, y en especial las mujeres: hechas a la rudeza de los peñascos.

Respetuosa de la inteligencia del espectador, la trama arriba a buen puerto sin aspavientos ni giros de tuerca forzados o previsibles. Recomendable para aquellos que ven en el cine algo más que efectos especiales.

Facebook
Twitter
LinkedIn