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Haz patria, lee un libro

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Haz patria, lee un libro

fuegobicentenario01

Por Alejandro Pulido Cayón

Mérida, Yucatán, a 15 de septiembre de 2011.- Seré honesto. El sentimiento que me provoca todo el choro de las fiestas patrias lo resumo en la ingenuidad e inocencia de quienes desean un ¡feliz día de la independencia! Ahora sí: Háganme el fabrón cavor. Sólo en la desmemoria cabe tal frase. Y nada tendría qué decir al respecto, a no ser porque una buena amiga de Veracruz me preguntó sobre el tema. Dejo pública la respuesta que le di en privado a la buena Erika.

¿Qué sentimiento me produce este 15 de septiembre?- cuestionó hace ya un par de semanas desde la discreción de un inbox del FB.

Y así empecé (aclaro que esta es la versión corregida y aumentada, sin tapujos y –lo sé de cierto- políticamente incorrecta):

Amiga, disculpa la tardanza en responder. Me pusiste en un brete. Pero ahí te va la reflexión.

El sentimiento, por supuesto, es de orgullo, grandeza, nacionalismo, ánimo guerrero que me inunda. Al menos eso me han hecho creer los innumerables spots televisivos y radiofónicos, los carteles de cuanto bar y restaurante que invitan a dar el grito, además de la parafernalia de rojos y blancos y verdes que invaden las calles con pitos, cornetas, sombreros, charros panzones, adelitas que nada tienen que ver y banderas. En corto: la enajenación patriótica está al máximo. Y recuerdo que en México si no somos machos, somos muchos y sabemos fajarnos los pantalones, o de perdida ajustarnos el cinturón ante las crisis recurrentes.

Superado ese trauma, y ya movido el tapete con tu incisiva pregunta, tengo que decirte que hace un año debió revalorarse el significado de la Guerra de Revolución de Independencia (que es el nombre que recibe el período comprendido entre 1810 y 1821 en la Historia de México). Sin embargo, en el mal hecho Bicentenario, el asunto se redujo a un fastuoso y horripilante desfile; además de que se gastaron y robaron, muy a la mexicana, cientos de millones de pesos en la inexistente Estela del Bicentenario. Nunca, como mexicanos en conjunto, y mucho menos en ese momento ahora sí que histórico, nos detuvimos a pensar lo que fue ese derramamiento de sangre para que, al final, Don Juan de O’donojú firmase el acta de Independencia. Pienso que, para la época, fue al primer diplomático que se le aplicó el comes y te vas. La separación de la Nueva España de la Corona y el nacimiento de México como nación soberana, fue un proceso cruento encabezado por los criollos, es decir, los hijos de españoles que reclamaban su pedazo en la tierra. Los verdaderos mexicanos, por decirlo así, aquellos que eran depositarios naturales de los tesoros de este territorio, los hijos de los hijos de los pueblos originarios, fueron simple carne de cañón.

Agrega a lo anterior que el movimiento independentista de México fue producto de un devenir ajeno a lo americano y vinculado en lo íntimo a la ideología de la Ilustración originada en Francia. A ello, se conjuntó que Napoleón III invadió España, lo cual puso bajo sus garras al rey Fernando VII. Esas dos jugadas francesas crearon la coyuntura que permitió a un grupillo de insurrectos, conspiradores, inconformes y encima excomulgados, volverse verdaderos insurgentes, claro: artillados con el pensamiento traído vía directa las logias masónicas trasatlánticas y en especial, una vez más, francesas. Todo lo cual tuvo lamentables consecuencias en el resto del siglo XIX.

Aun así, el nacimiento de México llevaba en sus genes el mestizaje. La mezcla de razas y rarezas, el sincretismo cultural, el todos contra todos en la arena sexual, que nos llevó -lo queramos o no- a lo que hoy somos como enjundiosos mexicanos. La raza de bronce, dirían algunos. Desde esa perspectiva, tenemos rasgos únicos, tanto en lo físico como en lo referente a las tradiciones. Somos amalgama de creencias, preferencias, idiosincrasias, quereres, desencuentros, pluralidad y -válgame el Santísimo- hasta fatalidad. Eso sí, adoctrinados desde la primaria con el respeto que debemos a esos hombres y mujeres que nos dieron patria y libertad (léase todo el santoral que empieza con Hidalgo, Morelos, Allende, Josefa Ortiz, Andrés Quintana Roo, Vicente Guerrero, Gertrudis Bocanegra, Iturbide, Guadalupe Victoria, et al).

Viéndolo de esa forma, y confrontado con los festejos, celebraciones, borracheras y de más linduras bien mexicanotas que hacemos hoy día, en realidad la conmemoración de la noche del 15 de septiembre es un despropósito en su forma y fondo. Es el refrendo de una apuesta a la desmemoria. Ritual de gobiernos que buscan ídolos donde sólo hubo hombres y mujeres que, iguales a nosotros, eran dueños de pasiones, virtudes, vicios, ambiciones, enterezas, ideales y defectos. En fin, personas de carne y hueso ahora sacralizadas cuyos nombres se recitan cual simple mantra. Nos volcamos al desenfreno, so patrio pretexto, porque dejamos de atender la Historia. Hagamos patria, leeamos un libro.

Sin embargo, a 201 años de ocurrido el alzamiento, algo perdura de esa histórica noche cuando la conspiración independentista fue descubierta: gracias a la visionaria estrategia de Miguel Hidalgo, quizá una de las primeras manipulaciones masivas, hoy en México somos bien guadalupanos y campeones en levantamiento de cruz, que si no, seguiríamos rezándole a la virgen del Pilar. Ya qué, nosotros los mexican@s, tenemos la contradicción por ideología.

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