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Fuimos jóvenes, fuimos indignación; y lo somos aún

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Fuimos jóvenes, fuimos indignación; y lo somos aún

República de las Bananas
marcha-132
Por Eduardo Lliteras Sentíes
Recuerdo las marchas en la Ciudad de México. Tlatelolco, sombrío y rojo como su piedra tezontle; negro, como la piedra volcánica de sus entrañas oscuras, útero de todos corazones arrancados en sus pirámides del poder, de ayer y hoy. El centro histórico de la Capital de la República, con su smog y palacios de antigua grandeza, entre la decadencia de la patria devorada por los zopilotes vestidos de esmoquin y la banda tricolor. El Zócalo, cual mar en la que desembocaban todas las reivindicaciones del pueblo mexicano, oprimido y pobre, gritando consignas hacia Palacio Nacional, ombligo azteca, ibérico, moro, cubierto de costras de sangre. Catedral y el silencio de sus campanarios, siempre coludidos con el poder desde lo alto de sus jerarquías. La Alameda Central, y su sueño de una tarde dominical, desde cuyas bancas nos veía desfilar Diego Rivera, la Calavera Catrina, el eterno niño con la caja de chicles, los boleros, los vendedores de algodones y dulces, los peladitos, Juárez, la aristocracia criolla, racista y odiosa. Las consignas de campesinos, obreros, trabajadores, pueblo común y corriente. De nosotros, los que en ese tiempo éramos los estudiantes. Ser joven y universitario era sinónimo de indignación a flor de piel. De energías sobradas, entusiasmo desbordado y ganas de estar allí, donde la historia se escribía. Aunque fuera la historia de los de abajo. Los que discurríamos a los pies de la Torre Latinoamericana o ingresábamos en la plaza de las Tres Culturas bajo la presencia tétrica de sus edificios, convertidos el 2 de octubre de 1968 en nido de francotiradores, contra los pechos inermes de otros jóvenes, pisoteados brutalmente por un régimen sordo y brutal -que no ha podido aclarar dicha masacre y pedir perdón a la patria. A sus jóvenes. Y hacer justicia-.
Cómo olvidar la inmensidad de los ejes viales convertidos en ríos de seres humanos, de mexicanos, protagonistas anónimos en la masa, del cambio democrático, que se fue construyendo entre la sangre derramada y la indignación valiente de los mexicanos a lo largo de décadas.
Años después otros vendrían a recoger los frutos de la lucha, del empuje de tantos miles, de líderes obreros, campesinos, maestros –muchos masacrados en vaguadas, caminos, en los rincones torcidos del poder partidocrático –. Los “Gobiernos del cambio”, de la gran mentira, recogieron esos frutos, la entrega y hasta la vida cedida por tantos.
La gran mentira de los “diferentes” que representan a los mismos poderes rancios, corruptos, rapaces del ayer, de siempre. Que se aliaron con lo peor del sindicalismo corrupto y caciquil y que hoy esconden la mano. Que llegaron al poder montados en los hombros del fraude de Elba Ester Gordillo, y sus huestes. Que permitieron que continuara la corrupción en Pemex, en su sindicato; el gastadero insultante de Paulina Romero Deschamps y su papi. Que se beneficiaron de contratos y de los oscuros manejos de la riqueza petrolera. Que han convertido al país en un teatro de guerra.
Por supuesto, también recuerdo las marchas obreras en Madrid, con sus consignas contra la OTAN –“curas y militares, parásitos sociales”-; en Roma, desfilando por vía del Corso hacia Piazza del Popolo (Plaza del Pueblo) o San Giovanni in Laterano. Todas tan parecidas. Esas luchas de los pueblos contra las castas montadas en sus espaldas. Contra esa desigualdad que nos aplasta y crece, con la crisis económica, de la que se han enriquecido los de siempre.
Post Data:
La Sagarpa en estos días debe autorizar, o ya lo hizo, nuevas siembras de transgénicos en Yucatán. Los oídos sordos del Gobierno Federal de hoy, son como los del Partido de Estado de hace 10, 20, 30 años. No son “diferentes”.

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