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Eh, Sabina: perdóname pero discúlpame

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Eh, Sabina: perdóname pero discúlpame

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Por Alejandro Pulido Cayón

Mérida, Yucatán, a 31 de octubre de 2011.- “Que no arranquen los coches, que se detengan todas las factorías, que la ciudad se llene de largas noches y calles frías”… emblemática, la voz del flaco de Úbeda detuvo la respiración de medio recinto… “Que se mojen las balas, que se borren las fotos de las revistas, que se coman a besos las colegialas a los artistas”… Mérida fue estación para el Penúltimo tren: Joaquín Sabina arrancó las máquinas con esa rola insignia.

Su entrega fue absoluta. Lástima que una buena franja del público no lo mereciera. El auditorio era paradigma de la mediocridad, donde los extremos estaban al tope de prendidos, mientras el centro permanecía gris, apoquinado, entre lo comatoso, con puro escucha de ocasión. Si bien las primeras filas eran puro Sabina, el cabús, las gradas del fondo, eran el alma de los sabineros de corazón. Y en medio, el snobismo barato.

Ésta, la más reciente gira del otrora llamado poeta del rock, se esperaba con grandes expectativas. Tras el éxito en Nueva York, Los Ángeles y Miami, Sabina regresaba con todo. Luego de una dolencia médica, que hizo se pospusiera la tocada del seis de junio en la blanquerrisísima Mérida, la noche del domingo 30 de octubre pintaba para mejor. Desde temprana hora había gente a la espera de ingresar al recinto del Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI. Buen augurio.

Dado como soy al tabaco, esperaba a las puertas del edificio cuando, ¡oh, qué buena onda!, Panchito Varona paseaba por ahí. De volada hubo quienes se apuntaron para la foto. Y fue cuando brincaron las alarmas. Un cuate lo que se dice bien pipirís nice pasa junto a la escena, acompañado de tremendas mujeres dignas de La Magdalena, observa cómo interviene personal de seguridad para llevarse al guitarrista, y sólo atina a preguntar de quién se trata. Es Pancho Varona, le contestan. Ah, es que pensé que era Sabina, alcanzó a decir el isoperutano. Mal indicio.

Resuelto a vivir la experiencia de a cómo fuera, había conseguido boletos de pasillo, en una zona ni muy cara ni muy barata (maldigo mi mediocre cartera). Sin embargo, a la hora de la hora cambiaron la distribución de los asientos y ¡toma tu pasillo!, la gentil acomodadora me sentó en una mejor zona, eso sí, pero en medio de toda la tribu. Ni dope, díjeme a mí mismo: mímismo no te amilanes. Para quienes saben de estos menesteres, comprenderán que una vez sumido en la masa, se dificultan las expresiones de euforia rayana en el fanatismo, ¿o no?

Justo detrás de donde me ubicaron, iniciaba otra sección, con barandal y toda la parafernalia. A mis lados, parejitas muy lindas. Noviecillos y chavas bien pero re bien vestiditas para salir de noche. Más parecían damnificados de Eurovisión que seguidores del autor de Princesa. Qué más da, pensé. A vivir la tocada.

Retumban los primeros acordes de Esta noche contigo. Vale prenderse. Hasta el frente la gente de pie, el coro, los gritos de bienvenida. Hasta el final de la sala otra ola de réplicas. En la zona media, la estulticia. Una verdadera franja de silencios y buenas conductas. Tan gris esa parte del público, que aquellos que osaron levantarse para seguir la canción fueron vituperados. Igual que manada de ensotanados, sus gritos fueron para acallar a los sabineros que por ahí estaban (estábamos) salpicados en tan infame zona. Carajo, asistieron a un concierto de Sabina, no de la Sinfónica. Ya ni mentarles la madre de regreso valía la pena.

Vino de inmediato Tiramisú de limón. Otra vez, voz en cuello las primeras filas y gayola. La prendidez de la fanaticada. Sí, esa fanaticada que puede acceder a las primeras filas y aquella que, sea como sea, aunque sea hasta el fondo de la sala, aprecia y asiste y sigue al Juaco. Porque lo que es el boleto de medio pelo, me quedó claro, sólo congrega a la crema y nata del snobismo al más puro estilo del yucateco clasemediero con ínfulas. Eso me pasa por pen… sante.

Gran sorpresa, que para muchos pasó desapercibida, fue la presencia en el escenario de Jaime Asúa, ex guitarrista de Alarma!!!, secuaz en las composiciones de la triada Sabina-Varona-García de Diego, y uno de los guitar hero nacido cuando murió La Movida. Co-responsable, en mucho, del salto que fue pasar del Sabina cantautor al Sabina rockero, allende un lejano 1984. Pese a que su presencia fue revelada a mitad de la choteadísima Llueve sobre mojado, casi al final del concierto, Asúa dictó cátedra haciendo de la Rubia platino un poderoso rock.

Hubo compas de primera fila que, en realidad, vieron un concierto que rebasó las expectativas; otros en galeras también sintieron esa energía que emanaba del escenario. Lo que a mí respecta, fue la observación de un público mediocre que sólo pudo entonar las mega popularsonas Y nos dieron las diez y La del pirata cojo; porque hasta eso, los coros en Y sin embargo, eran claritos sólo al frente y al fondo de la sala. Chale.

Indudable, eso que ni que, fue la entrega de Sabina, Pancho Varona, Antonio García de Diego, y en total, el conjunto de músicos que, pese a la medianía de una parte del público, consiguieron arrancar emociones y dejarnos con el deseo de que, antes de que un monaguillo se ordene sacerdote, el compadre de Chavela Vargas regrese por más aires del Mayab.

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