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Ánimas en pena

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Ánimas en pena

Gente. Mucha, mucha gente. Personas de todos los tipos, tamaños y colores, lo mismo locales que extranjeros, se deslizaban a ritmo de magma sobre las calles que unen La Ermita con el Cementerio General. Aquí y allá, como blanco sarampión, entre la muchedumbre sobresalían rostros pintados de calaveras y catrinas de vaporosos vestidos. Adornados con tristeza, los altares en honor a los fieles difuntos apenas se notaban en el derrotero, eran más visibles los puestos de marquesitas y golosinas. Y así, el Paseo de las Ánimas reunía a las almas en pena.

Organizado desde hace más de 10 años por el Ayuntamiento de Mérida, este evento convoca a vecinos del vaqueria-de-animasrumbo de San Juan y San Sebastián, así como a integrantes de los consejos de participación ciudadana, asociaciones civiles y direcciones municipales, que conjuntamente hacen una muestra de altares tradicionales. Apenas en el año 2008, agregaron a la exhibición el llamado Paseo de las Ánimas, que no es otra cosa que una procesión de disfrazados; o sea, de tradicional sólo tiene el nombre.

Cuenta la leyenda de las cifras oficiales, que en esta ocasión fueron alrededor de 45 mil personas las que participaron de esta celebración. Entre ellas me encontraba. Llevaba en la mente el recuerdo de una década atrás, cuando asistí por primera vez a la exposición de altares que organizaba la entonces Dirección de Desarrollo Social. En esa ocasión, allá por 2005, el ingenio y creatividad de los meridanos estaba en apogeo. En cada pieza, el tributo rendido a los difuntos estallaba en color y aromas, intentaban preservar la esencia tradicional; acaso la enriquecían con una construcción que evocaba la choza maya y, a sus afueras, una mujer hacía tortillas a mano. Sin embargo, esta vez ¿qué les cuento?

Encuentro difícil que en la práctica se sostenga el discurso sobre la preservación de las tradiciones a través de acciones como la del Paseo de las Ánimas. Lo que se supone elemento aglutinador, es decir, los altares a los muertos, se reducían a pequeñas mesas dispersas a lo largo de una decena de calles. En los mejores casos, tenían lo mínimo indispensable que requiere uno de esos montajes, a saber: frutas cítricas, jícamas, piloncillo, flores, cigarros, la foto del difunto y, de así gustarle, licor. No obstante, la mayoría de las ofrendas parecían elaboradas al típico “ahí se va”.

Perdido como ánima que atraviesa inexorables penas, empecé la caminata en La Ermita. Uní mi respiración a la de cientos y cientos que, sin motivo aparente, dirigíamos nuestro andar hacia el camposanto. Por ningún lado descubrí la belleza en la muestra de altares. Todo se reducía a la búsqueda de un pintacaritas que te disfrazara de calaverita o catrina. O a encontrar un expendio de cerveza y tomártela de clandestino entre la marabunta. Los espectáculos artísticos propuestos por el Ayuntamiento eran lo que se dice “de medio pelo”, nada extraordinario. Y así, a caminar compartiendo sudores y toques y exhalaciones entre extraños.

Todo parecía hecho a despropósito, al chilazo. Porque sí, la gente acudió al llamado publicitario, respondió a la efectiva e intensiva campaña mediática que se hizo sobre el Paseo de las Ánimas, nada más. Sin mucho que ofrecer, este paseo necesita ser reinventado, mejorado, ¡carambas!, que se lo tomen en serio. De otra manera, continuará su haber como producto de una publicidad engañosa, falsa y alejada de la realidad. Es cuanto les cuento.

En Twitter: @alexpulidocayon

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