Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Sillón de la lectura: Dos Clemencias

Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Sillón de la lectura: Dos Clemencias

clemencia

Por Virginia Carrillo.

La adaptación para teatro de Clemencia (1864) novela de Ignacio Manuel Altamirano, realizada por el director y escritor oriundo de Tabasco, Gabriel Vera, es un valioso ejercicio que conserva la esencia –si así puede llamársele- del romanticismo que caracterizó en México la producción literaria del siglo XIX, y que fue particularmente representada por Altamirano, quien se encargó –como otros románticos- de fijar en la literatura los arquetipos de género prevalecientes en su tiempo.

La Clemencia de Gabriel Vera se está presentando actualmente los fines de semana en la Casa de la Cultura de Tabasco ubicada en la colonia Juárez del Distrito Federal. El reparto lo conforman cuatro jóvenes actores: Marianne Cerino (Clemencia), Raymundo Elizondo (Enrique Flores), Manuel Dehesa (Fernando Valle) y Angélica Alamilla (Isabel). Se trata de un melodrama en un acto, para el cual no son necesarios grandes recursos escenográficos ni de iluminación; vale decir que con un par de sillas basta para recrear los espacios en los que se desarrolla esta historia de triangulados amores y desengaños.

La dicotomía excluyente, polarizada, que determinaba las representaciones de la mujer colocándola como buena o como mala ante los ojos del mundo social decimonónico, es el eje que dinamiza la trama de la novela y que se conserva –acierto de la adaptación- en la pieza teatral del tabasqueño.

Los cuatro personajes centrales en la novela de Altamirano responden a la caracterización que de ellos hace el narrador omnisciente que se ocupa de describirlos a detalle en cuanto a sus sentimientos, cualidades, defectos, pensamientos y aspecto físico, haciendo especial énfasis en el rostro, el cabello, el color de la piel y los ojos. Los dichos de este narrador, aparecen en la obra teatral encarnados en los intérpretes quienes, apoyados en sus recursos histriónicos, salvan la función de la palabra escrita.

Las licencias que se toma el adaptador para su versión libre de Clemencia -como el hecho de que Fernando y Enrique aparezcan como empresarios en vez de militares- al mismo tiempo que han permitido la actualización de la trama, dejan lugar al desarrollo pleno de los personajes quienes logran llenar el espacio físico y textual de la escena.

Abordar en nuestros días el asunto de “el amor que mata” tan habitual en los tiempos de Altamirano, pero tan extraño en la cotidianidad actual, representa un reto que es satisfactoriamente superado en una obra de teatro que atrapa y que va envolviendo poco a poco al espectador.

Asimismo, ceñirse a la configuración de personajes que responden a la idea de “mujeres de corazón” entiéndase bellas, inteligentes y bien intencionadas tan representativas del siglo XIX y que por lo mismo “aman lo bello y lo buscan antes en la materia que en el alma” consigue en pleno siglo XXI, que salgan a flote las prácticas sociales aún vigentes en los rituales del cortejo amoroso.

En la literatura romántica no puede faltar la muerte como recurso liberador que resuelve un amor imposible y en ella, en la muerte del buen Fernando, se finca uno de los elementos fundamentales que nos permiten respirar el ambiente decimonónico mexicano en esta adaptación de la posmodernidad, invitándonos también a desempolvar las publicaciones novelísticas del pasado, que como la de Ignacio Manuel Altamirano, todavía tienen mucho por revelarnos.

Facebook
Twitter
LinkedIn