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Mujer política

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Mujer política

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Por Alejandro Pulido Cayón

 

Mérida, Yucatán, a 13 de septiembre de 2010.- Orgullo. Es la palabra que brota al mirar los alrededores, las cúspides del poder en Yucatán: los principales puestos donde se ostenta, los tienen mujeres. Mujer es la gobernadora, la alcaldesa, las presidentas de los principales partidos políticos de la entidad. El género tiene representación en el Congreso. Amazonia, si se quiere.

Pocas veces antes, la historia reciente de la entidad ha registrado semejante configuración del poder. Tan sólo a principios de los 90 del siglo pasado, hubo coincidencia de dos mujeres en los más altos puestos del gobierno. Dulce María Sauri Riancho, en la gubernatura, y Ana Rosa Payán Cervera, en la presidencia municipal de Mérida. Luego, la ausencia del femenino total durante casi dos décadas.

Infatuados con el ánimo festivo de México, bien podríamos decir que la entidad ingresa a la segunda década del siglo XXI con verdaderos avances en cuestión de equidad entre géneros. Fácil resulta la crítica cuando se enumera a todos, todos, todos los hombres del gabinete y la mayoría masculina en diversos cargos, tanto a nivel municipal como estatal. No es por ahí el asunto. Otra es la reflexión. Impera un doble discurso: por un lado está el empoderamiento de la mujer; y por el otro, lo femenino como chantaje y excusa contra el detractor. Juegan con moneda marcada.

Tratada la cuestión desde una perspectiva generacional, resulta evidente que la clase gobernante de hoy nació y se forjó en los 70 del siglo XX. El grueso de la población, todavía constituida por menores de 35 años, creció con valores que inducían al respeto por la igualdad entre hombres y mujeres; sin embargo, persisten clichés sobre la caballerosidad y la fragilidad de las féminas. He ahí el engrudo en el avance. He ahí el lubricante para zanjar conflictos políticos. Tengo el poder y lo ejerzo, “haiga sido como haiga sido”; si me cuestionas: soy una dama, soy madre.

Me han estremecido un montón de mujeres, mujeres de fuego, mujeres de nieve, dice Silvio Rodríguez. En efecto. Desde pequeños tuvimos noticias de extraordinarias figuras: Golda Meir, quien dirigió ejércitos rumbo al establecimiento de un Estado; Indira Gahndi, logró dominar una sociedad patriarcal hasta niveles dictatoriales; Margaret Tatcher, la dama de hierro, impopular y poderosa como ella sola; Corazón Aquino, sorteó -como pocos hombres- sucesivos golpes de estado; y más acá, en la historia local, Elvia Carrillo Puerto, la primera diputada del país, incansable luchadora social por el sufragio de las mujeres. Por algo las registra la historia universal. Fueron estadistas, en toda la extensión de la palabra.

Lejos en páginas de libros, vigentes en imágenes de archivo (para los “homo videns”), se aprecia que esas -y muchas otras mujeres- condujeron la política de su época y mostraron determinación superior a cualquiera. Pienso que pocas veces, o nunca, soltaron una lágrima en público, mucho menos usaron el género para victimizarse: conocían la jungla que dominaron.

Encarrilados en la actualidad, Yucatán es el único Estado en todo México que concentra el poder en mujeres. Y eso: ¿es bueno o malo? A según. En principio, insisto, es motivo de orgullo, pero también obliga a la memoria un repaso de cómo se han desempeñado las estadistas de otras latitudes, y que reconsideremos lo que “se ve” en el discurso. Claro, en el siglo pasado todavía no cuajaba la política de melodrama. Hoy, las mujeres tienen la palabra.

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