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Lo peor de lo peor

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Lo peor de lo peor

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Por Carmen Garay

 

En medio de las tragedias, afloran el sentir verdadero y la naturaleza de las personas. Protagonistas del mayor altruismo, o capaces de las más viles acciones; dispuestos a dejar de lado diferencias irreconciliables, o con las mejores intenciones de obtener la mayor ventaja de la situación, por terrible que sea. Los sismos y los huracanes van y vienen, pero el mal sistémico de nuestra sociedad aquí se queda.

México vive su peor tragedia, y no es la muerte de un hombre prominente, sino la de miles y miles de mexicanos que, como héroes o villanos, se están matando entre sí. Las razones de fondo que expliquen esta masacre, con sus más de 25 mil vidas truncadas, no es prioridad. Lo que importa es acabar, lo antes posible, con el referente mediático que expone al Estado como ingobernable, fallido o, cuando menos, altamente corruptible.

Si la visión cortoplacista no fuera tal, veríamos actualmente la mayor inversión para educación, cultura, deporte e investigación que jamás se haya hecho. Serían organización y espacios deportivos, libros, aulas y maestros –no de los que queman patrimonio cultural-, el gasto principal de México. Pero hay quienes todavía piensan que 1% del PIB es “demasiado para investigación” –la UNAM realiza por sí sola la mitad de la investigación que hay en México, y algunos le regatean recursos.

Hoy, vemos a las diferentes fuerzas políticas con alegatos estériles sobre la paternidad del “diálogo constructivo y fructífero”. Y no se trata de quién lo propuso primero, sino de quién efectivamente, con sus acciones, ha propiciado un clima favorable para que tal prodigio sea posible. Hasta ahora,  sólo los medios han hecho valer su poder de convocatoria y fuimos testigos del “milagro” de ver juntos a Ricardo Salinas Pliego y Emilio Azcárraga. Bien por ellos.

En la política mexicana, suponemos, se trata de ideología, de discurso y de visiones diferentes del Estado lo que configura frentes y fracciones. Pero si se trata del mismo Estado, su bienestar y su supervivencia debieran concitar las ideologías más polarizadas, y no ha sido así. Porque la violencia simbólica está a la orden del día, así como la opacidad en las actuaciones partidistas, en las descalificaciones abyectas que tienen como escenario, por ejemplo, la máxima Tribuna del país.

Y ni qué decir de las campañas políticas teñidas de rojo por la ira, por los recursos de origen “inexplicable”, por las grescas entre militantes o, recientemente, por la sangre de algún candidato. A unos cuantos días de que casi la mitad del país tenga su jornada electoral, la sombra del abstencionismo está más presente que nunca porque las condiciones de seguridad para comicios en paz parecen no estar del todo garantizadas. ¿A quién le beneficia esto?

En medio de las tragedias, afloran las plañideras, los parientes del difunto, los dolientes oportunistas, la rapiña. Pero ¡lo que se nos muere es el país! cuando en una ceremonia escolar un alumno de sexto grado llora porque “están matando mucha gente”; cuando un joven que debiera estar en la secundaria, se queda en la calle a expensas de que alguien le haga un encargo para juntar una lana. Pero todavía hay quienes piensan que, lo peor de lo peor, es que la selección de futbol no pasara a cuartos de final. ¡Qué tragedia!

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