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El cinturón de Carstens

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El cinturón de Carstens

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Por Carlos M. Hornelas Pineda

 

En últimas fechas, el secretario de Hacienda y Crédito Público, Agustín Cartens Carstens ha convocado a todos los mexicanos a que asumamos con responsabilidad la parte que nos toca llevar a cabo a fin de sacar del marasmo económico y financiero a nuestro país. En realidad se trata de un dictado y no de una convocatoria, de un chantaje y no de la opinión de un experto.

Si no se cumple la miscelánea fiscal, nos advierte, hasta la compra y distribución de la vacuna contra la influenza AH1N1 puede verse comprometida, con todas las consecuencias que eso pueda significar. Nos recuerda también que “ahora sí” el 2% se destinará al “combate a la pobreza”; expresión lamentable cuyo sentido radica en el discurso belicoso de cuantas acciones emprende el gobierno federal. Así como hay una guerra contra el narcotráfico, ahora parece haberla contra la pobreza; usar la expresión “combatir”, en lugar de “abatir la pobreza” es un lapsus linguae torpe e insensato para un ministro de Estado que nos propone “Vivir mejor”.

El llamado impuesto al consumo generalizado del 2% que se propone, de acuerdo con Carstens es una medida necesaria y pone el ejemplo de lo que significa hacer un sacrificio con tal de sacar adelante al país. “Nosotros somos los primeros en sufrir recortes”, dice ante los medios y así, en ese tenor nos alecciona que tres secretarías de Estado menos, es una gran contribución para paliar el boquete financiero.

No obstante si se analizan someramente estas declaraciones, uno puede percatarse de la imagen que tiene el secretario del gobierno y de la sociedad. Cuando dice que el gobierno se “ha apretado el cinturón” y ahora le toca al pueblo, deja entrever que en el plano de lo discursivo parecen tener la misma categoría unos y otros. En realidad el gobierno no hace ningún sacrificio porque los recursos no le pertenecen, ser administrador no es ser el dueño. El gobierno es un empleado del pueblo, que vive de él y para él. Así que lo que chantajea como sacrificio debiera ser justamente una medida de austeridad por el bien de unos y otros.

En segundo lugar, al argumentar que el gobierno “pone el ejemplo”, revela la impronta del paternalismo despótico de este sexenio. El pueblo, necio y torpe necesita un guía para seguir adelante. Solicita que alguien le diga cómo –porque no lo sabe- y cuándo –porque no cuenta con los medios-. En suma, debe agradecer sin recelo la graciosa concesión que hace quien está al poder, para redimirlo de su pobre condición mediante su instrucción desinteresada y necesaria.

Carstens quiere que creamos con esas palabras que hay una única solución: la impuesta por él. De este modo asentiríamos mansamente para lo que la autoridad determine para nuestro bien. Se trata entonces de una solución que requiere sólo de la voluntad, de echarle ganas para salir adelante, de contribuir con lo que tenemos. A esto queda reducida la explicación que nos da quien antes trabajaba para el Fondo Monetario Internacional. Estas son las cartas credenciales que le dieron sus títulos académicos. No hay otra solución, no hay jerga técnica, no hay plan B.

¿Alguien registraría acaso los ramilletes de soluciones que tanto Estado, académicos y sociedad civil esgrimieron en los foros “Qué hacer para crecer”, del cual destacamos en su momento la intervención de la Dra. Denisse Dresser? ¿Tendrán asesores en Hacienda?

Otra de las cosas que llaman la atención es el uso de la expresión “ahora sí” para referirse al destino de medios y recursos para abatir la pobreza. Uno podría, por desconfiado, pensar que los programas del gobierno federal no han sido utilizados para este fin; o bien, que su dispendio ha obedecido a calendarios electorales. El “ahora sí”, nuevamente es una cuestión de voluntad ¿hasta cuándo estimará oportuno su Majestad que se haga tal gasto?, ¿Qué nos dice que “ahora sí” el gobierno lo va a hacer, que ahora sí tendrá la voluntad para llevarlo a cabo?

Por último, el Congreso determina, como es su facultad establecida en la Constitución, a dónde aplicar los recursos y los montos respectivos: así que no existen recursos pre-etiquetados, como Carstens nos quiere hacer creer. El hecho de difundir para qué se utilizarían los recursos tiene dos finalidades: de no ser autorizado por el Congreso endilgarle la culpa del marasmo económico, o bien, de autorizarse, decir que estaba en las manos de ellos hacer una contrapropuesta que lamentablemente no tuvieron el talento o la responsabilidad para hacerlo. En ambos casos la animadversión contra el congreso y a favor de un poder ejecutivo cada vez más fuerte es un leit motiv.

Carstens quiere que nos apretemos el cinturón, pero ¿cuántos hoyitos tiene el suyo?

 

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