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Una llamada nuclear

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Una llamada nuclear

hiroshima1

Por Carlos M. Hornelas Pineda.
Como en un escenario postapocalíptico digno de las obsesivas y recurrentes visiones de los manga y anime; teniendo como fondo las pilas de escombros, la escasez generalizada, el  drama humano y recientemente la crisis nuclear, una a una las pesadillas del pueblo nipón se vuelven realidad espontáneamente. http://karaconner.com/blog/wp-content/uploads/2011/02/hiroshima-sightseeing-atomic-dome.jpg

Cualquiera que haya estado en Hiroshima y haya visto los restos de aquel edificio principal del ayuntamiento, que paradójicamente queda de pie como emblema de la zona cero y punto focal de la onda expansiva de la bomba nuclear, sabe que a pesar de todo, contra todo, Japón sigue incólume. Un recorrido por el Museo Memorial del sitio es una experiencia estética y gráfica del dolor. Metafóricamente, físicamente, la entrada al museo es un  descenso al inframundo. Con cada peldaño uno se aísla del mundo exterior, de la luz solar y de la civilización, en cambio se adentra en la exposición, en la muestra voyerista y culposa del dolor, de la fragilidad humana y del sentimiento descarnado por mostrar los horrores de la guerra y del sufrimiento postnuclear, del penúltimo parto forzado de esa sociedad que se empeña en reinventarse cada cuando. Del inicio de la nueva Era para el país del sol naciente. Paul Virilio habla entonces de una estética del búnker.

De acostumbrarse a vivir en el riesgo y el peligro, atado a una obsesión de que esto se repita una y otra vez al hastío. De ver como normal la sensación de abandono y desprendimiento. De estar sentado en el polvorín mientras se degusta un poema haikú y se bebe ocha. Las imágenes que recibimos, debo añadir que de la televisora pública NHK, han dado cuenta de un accidente global en vivo, mediatizado y moderno: un accidente “perfecto” que combina la catástrofe natural precediendo el desastre nuclear. Todos los ingredientes de un drama de proporciones épicas: el caos contra el orden, la naturaleza contra la civilización, el hombre contra Dios, el pecado y la penitencia contra la purificación del dolor.

Los medios de comunicación occidentales han aderezado las imágenes, de suyo trágicas, con la musicalización épica, el montaje estridente, las entrevistas in situ y los enlaces en vivo para entregarnos el nuevo reality que actualiza los relatos ciberpunk, para convencernos que quienes dominaban la energía nuclear, tarde o temprano tendrían que sufrir las consecuencias. Sentados en el polvorín ¿qué esperaban? Si ellos que vivían lo nuclear como una adaptación natural de su vida, ahora lo pagan con su vida ¿qué le espera al resto del mundo? ¿No será, en todo caso mejor no pagar tan caro el precio de desafiar a los demonios del átomo y regresar a lo básico, a lo cálido y seguro? ¿No es mejor, pese a todo, volver al modelo energético del petróleo? ¿No será mejor intervenir en Libia y vender las imágenes del riesgo nuclear que pensar que el mundo finalmente puede ser diferente? Doble esfuerzo le espera a Japón, tendrá que salir adelante, pero también tendrá que romper con el mito de su pecado nuclear: su tecnología y su civilización no son una amenaza ¿lo es el American Way of Life?

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