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Adolescencia y violencia de género

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Adolescencia y violencia de género

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Comentarios expresados durante la presentación del libro Violencia y solidaridad de género en narrativas jóvenes de la autoría de la doctora Celia Rosado Avilés y el doctor Óscar Ortega Arango en la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. La publicación contiene un análisis sobre las configuraciones de género halladas en relatos escritos por estudiantes de secundaria de Yucatán que participaron en un concurso de cuento convocado por el IEGY.

Por Virginia Carrillo.

Ha sido muy grato confirmar que en el Instituto para la Equidad de Género en Yucatán se ha puesto especial énfasis y destinado recursos para trabajos de investigación y publicaciones que permiten abrir un puente de colaboración entre el ámbito académico y el ámbito de la administración pública, que se convierten en avances concretos para el trabajo hacia la igualdad entre los géneros, la eliminación de la violencia, el empoderamiento de las mujeres y la emergencia de nuevos modelos de masculinidad.

El trabajo de alto valor de la doctora Celia Rosado en el campo de los estudios literarios enfocados a la producción creativa de las mujeres y del doctor Óscar Ortega desde la Universidad Autónoma de Yucatán ha encontrado también este respaldo que permite que la generación de conocimiento científico impacte en lo social, con la publicación de materiales que son fundamento esencial para la creación de políticas públicas y acciones de gobierno concretas que fortalecen el desarrollo de una sociedad sin asimetrías de género.

Resultó muy sugerente encontrar en el libro Violencia y solidaridad de género en narrativas jóvenes cómo la escritura literaria de estudiantes de secundaria, fue el mecanismo para la detección de estereotipos en el dispositivo de género con el que cuentan y a partir del cual se relacionan en lo social, en lo privado y en lo íntimo. Como dicen los autores del libro, “al narrar no sólo contamos, sino que afirmamos y/o transformamos nuestro mundo”; los cuentos que elaboraron “son ficción, pero también configuración y protección de sus mundos”. De este modo la singularidad del libro radica en la utilización de la literatura como recurso, no sólo para una expresión estética, sino como mecanismo para reconocer los estereotipos, valoraciones y creencias que prevalencen en el discurso del mundo sociocultural de estos y estas adolescentes, que puede claramente reconocerse en las imágenes que configuraron desde la ficción.

Así, el poner en funcionamiento el proceso creativo de la escritura hace que emerja con mayor amplitud y claridad el discurso vigente, vivo; en torno a las relaciones de género en un sector social de personas muy jóvenes cuyas propias identidades están aún en formación.

El texto de Rosado y Ortega cita a Yuri Lotman, a propósito de su idea de que en la comunicación de un individuo respiran y y se actualizan los signos sincrónicos y diacrónicos de diversas generaciones que lo preceden y en tal sentido en los cuentos analizados del concurso se constata cómo aún en nuestro tiempo prevalecen las identidades tradicionales de género, las derivadas del pensamiento patriarcal, en donde por ejemplo, la inserción de las mujeres en el campo laboral se ve con extrañamiento y donde los hombres para afirmar su masculinidad, deben exhibir conductas violentas hacia los débiles de su entorno, entiéndase las mujeres y los hijos e hijas.

Tras la recuperación del discurso de género de los y las adolescentes participantes, los autores aplicaron para hacer el análisis, el modelo de Vladimir Propp propuesto en su Morfología del cuento (1998). De esta manera se demuestra la importante utilidad que la teoría literaria y los estudios literarios tienen y pueden tener en lo social. Aspecto que siempre se cuestiona desde el pragmatismo del mercado laboral que impone sus prejuicios a la formación universitaria en el terreno de la literatura.

Entre los hallazgos de este estudio, llama la atención el que los actores ayudante y donante –según el modelo de Propp- de las mujeres que protagonizan los relatos, sean en su mayoría también mujeres y que el antihéroe sea casi siempre un hombre y que los hombres aparezcan con nombres no referentes, es decir citados por su actividad o rol: “padre”, “jefe”, “esposo”, “maestro”; blancos semánticos que disminuyen la responsabilidad del sujeto masculino sobre sus acciones de violencia hacia las mujeres problematizadas en las ficciones.

También la ausencia que se hace notar de nombres mayas es revelador, el grado cero de su presencia es indicador de lo que ocurre en nuestra realidad social donde existe una fuerte discriminación y violencia simbólica hacia el pueblo maya vivo. Se trata de un distanciamiento de lo maya por la población mestiza y por la misma población maya, donde la negación es táctica de defensa contra dicha violencia simbólica que se padece.

El significado de algunos títulos o palabras en los títulos de los relatos como “decepción”, “sin oportunidad”, encontraron los autores que revelan que en un primer momento de las relaciones amorosas, en la etapa inicial del noviazgo o del enamoramiento, hay un ambiente de confianza que resulta efímero y que es posible por la inocencia de la mujer, tal y como lo construyó el Romanticismo decimonónico, donde después todo se convierte en sufrimiento. Asimismo, identificaron que los ejes detonantes de la ruptura en las relaciones amorosas son dos principalmente: la violencia física y el alcoholismo. Señalan que en esta configuración de lo masculino esposo es sinónimo de violencia/alcoholismo. Gravísimo lo que esto revela de nuestra dinámica social.

También distinguieron tres universos asociados a roles masculinos: jefe/profesor/colega, que se vinculan con tres espacios de acción para las mujeres, dos de ellos ajenos a la identidad femenina tradicional (es decir la derivada del pensamiento patriarcal): la escuela y la vida laboral; y un tercer espacio asociado a la estereotipada configuración negativa de lo femenino, aquella que mantiene el orden y funciona para salvaguardar la castidad de las mujeres de las élites o de mayor valoración social: la prostitución.

Es decir, aunque la inclusión femenina en la educación y en el ámbito laboral público lleva un proceso que atraviesa ya tres siglos, los dos siguen teniendo, desde mi perspectiva, a partir de estos cuentos y de este análisis, una carga de extrañamiento, todavía son, de cierto modo ajenos (entiéndase desde los mandatos del machismo), al destino natural de las mujeres: “tuvo que trabajar”, “se dio cuenta que debía de estudiar”, etc.

Es triste constatar que en estas ficciones las mujeres que poseen formación profesional son doblemente violentadas: se pone en duda su capacidad en el entorno laboral, y en el entorno doméstico se les castiga con violencia física por alejarse de las tareas que le corresponden a su sexo según esta perspectiva misógina dominante y normalizada.

Asimismo, las mujeres que sufren violencia física –casi todas en todas las historias- además padecen la pérdida, como señalan los autores, de su espacialidad al tener que confinarse, huir o alejarse para sobrevivir. Rosado y Ortega señalan: “para ser mujer, en la semiósfera creada en los cuentos analizados, lo primero que se requiere es dejar de serlo, convertirse en otra cosa o abandonar su familia, su tierra y sus espacios”.

Sin embargo, a pesar de estar la educación de alguna manera distante del universo simbólico de lo femenino configurado en los cuentos de estos adolescentes, es en otro sentido el mecanismo para superar la espiral de violencia en la que se vive, aunque para lograr instruirse las mujeres tengan que superar difíciles obstáculos y padecer largamente.

Afirma el análisis que a pesar de lo difícil que resulta la inserción de las mujeres en el ámbito laboral, es más factible obtener reconocimiento en ese campo que conseguir una pareja armónica. Las relaciones de pareja saludables y funcionales están prácticamente ausentes de las historias. El éxito, el triunfo, aparece a partir de la solidaridad –repito casi siempre proveniente de otras mujeres-, pero no de la restauración de la pareja o de la familia.

En este sentido, la recuperación de las mujeres se da a partir de la intervención de instituciones o de la institucionalización de mecanismos para combatir la violencia de género. La organización formal de proyectos a favor de la equidad, se reconoce como el camino posible para salvarse de la violencia. La solución se halla en lo formalizado, en las normas y acciones que rigen la vida pública, no en el entorno próximo y cotidiano de las víctimas.

La reeducación de los hombres, configurados en los cuentos como padres, esposos o hermanos, es totalmente nula. Llama la atención que la resolución de la violencia sea factible cuando las mujeres cambian, para los hombres estos textos no reconocen tal posibilidad.

Ello es evidencia de que, para combatir eficazmente la violencia de género, se tiene que seguir trabajando con los hombres y destinando mayores espacios para los estudios de las masculinidades y la reeducación de los varones, sin que ello represente el abandono de las labores de sensibilización con las mujeres. Una feminista decía alguna vez que era prioritario trabajar con las víctimas, pero este trabajo demuestra que aunque haya algunos avances rumbo a la construcción de nuevas identidades femeninas, en las identidades masculinas se encuentra el mayor rezago –como lo evidencian las configuraciones de estas narrativas–, para conseguir la igualdad de género. Insisto, el libro plasma con puntualidad y sencillez indicadores de lo que ocurre cotidianamente en la realidad social y lo que existe en el imaginario cultural.

La pertinencia de la publicación se fundamenta desde el ejercicio mismo de escribir que hicieron los y las adolescentes participantes en el concurso, hasta el acertado análisis realizado por Celia Rosado y Óscar Ortega que permite reconocer el marco de lo aceptado y lo transgresor en cuando a las relaciones de género; porque remite a uno de los mecanismos más eficaces, desde mi punto de vista, para ir construyendo las identidades de género en un marco de igualdad: 1) Detectar el problema, 2) Deconstruirlo y 3) Reelaborar la identidad.

Felicidades al IEGY, a su directora la maestra Georgina Rosado, a Celia Rosado, a Óscar Ortega y ojalá que el texto llegue a un amplio número de lectores que con seguridad aprenderán mucho de su propia realidad porque está siendo nombrado aquello que a pesar de su invisibilidad, se encuentra presente con gran fuerza mediando nuestras relaciones de género. Muchas gracias.

Mérida, Yucatán, agosto de 2012.

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