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Entre contrastes urbanos

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Entre contrastes urbanos

Reflexiones de un yucahuach en Mérida

Por Jorge Gamboa

Después de muchos años de no hacerlo, circunstancias de la vida me llevaron a pasar las fiestas decembrinas en la tierra que me vio nacer: Mérida. Fue una experiencia que abarcó 16 días completos, en los cuales tuve la oportunidad de fortalecer mis afectos familiares y lazos con los viejos amigos de la preparatoria.

Calle 59, año: 1974 (Foto: Life)

Muchos años pasaron y mucha agua ha corrido debajo de los puentes desde aquel lejano año de 1974. De la vieja T’Hó había surgido la Mérida del período de la conquista y evangelización, y tras poco más de 400 años, la ciudad había alcanzado poco más de 240 mil habitantes en el año de mi partida… nada que ver con la pujante y moderna ciudad de casi un millón de almas en 2023.

Contrario a lo que dice el bolero Presentimiento, aquí sí hubo sorpresa alguna cuando la hallé: un crecimiento importante de la ciudad en su zona norte –con la afectación de terrenos ejidales y la especulación inmobiliaria que la impulsa-, plazas comerciales muy al estilo “gabacho”, corredores turísticos que abarcan el rescate de los viejos terrenos federales del ferrocarril con la zona del Paseo Montejo, mucha modernidad y desarrollo económico indudable; sumado al turismo boyante y concentrado en enclaves muy identificados en los corredores de playa, cenotes y zonas arqueológicas.

Nuevo Gran Parque de La Plancha

En fin, ¿qué podría reprochar un yucateco establecido desde hace más de 49 años lejos del terruño? Nada, a excepción de que tal modernidad pareciera que no había tocado el sur profundo de la ciudad. Sí, allí donde se ubicaba mi primera casa en la ciudad, en la colonia Castilla Cámara -para mayor precisión, donde colocaron un busto de Armando Manzanero-, parece que el tiempo se detuvo. Tuve oportunidad de recorrer las colonias Melitón Salazar, Castilla Cámara, Mercedes Barrera y Dolores Otero. ¡Mis viejos rumbos!

Salvo algunas pequeñas mejoras en el equipamiento urbano, mis ojos observaron los mismos paisajes; así, dos Méridas parecen convivir en relativa calma: el norte boyante y próspero, y el sur anclado en la nostalgia y el recuerdo.

No quisiera caer en la tontería de querer romantizar la pobreza, hay quienes viven y hacen política de eso, yo no. Lo cierto es que me llamó mucho la atención la convivencia de jóvenes y niños en las unidades deportivas de dichas colonias. Sí, exactamente como yo crecí en los ya lejanos años de mis mocedades, observando familias con las sillas afuera de sus viviendas -eso sí, bien cubiertas porque eran tiempos de “heladez”-, pocas tiendas de conveniencia -de las cuales el resto de la ciudad está inundada-. En esos rumbos, las tiendas de barrio subsisten y, pese a todo, el barrio se niega desaparecer… lo comento por aquello de los discursos en boga de rescatar el tejido social.

Parque de la col. Melitón Salazar

Mi apreciación no es absoluta ni definitiva; mi propia familia está dispersa en zonas de alta plusvalía, pero también en unidades habitacionales donde la modernidad no ha metido las narices. No obstante, el contraste entre el norte y el sur de la ciudad es brutal.

No me atrevo a decir si el progreso en la zona sur tendrá que pagar un día sus costos: la desaparición paulatina de las viejas formas de convivencia que poco a poco se pierden en la ciudad moderna. Eso, si es que algún día llega.

Aquella Mérida que dejé parece que sólo vive en mis recuerdos que cada día parecen extraviarse en mi memoria.

Un sólo dato lo ilustra: no conocíamos las pizzas, no existían restaurantes de ese tipo. Recuerdo que al año de marcharme -o a los dos años, no recuerdo bien-, un viejo amigo quien hoy es pastor de almas me llevó a cenar con mucho orgullo al primer restaurante de ese tipo que se estableció por los rumbos de la Alemán. Hoy encontramos una variedad importante de comida regional, nacional e internacional, incluidos los del chocante concepto “fusión”; hay para todos los gustos y presupuestos, ¡qué importa si el turista comete la herejía de comer cochinita en la cena!

La calle 47, hoy sede del Corredor Gastronómico

Ahora el entusiasmo local está puesto en la nuevas vías y transportes que conectarán la obra más emblemática del gobierno federal, el Tren Maya, con el trenecito del Centenario.

Obras, obras y obras; desarrollos inmobiliarios que parece valerles un sorbete de Colón sus efectos sobre el medio ambiente y sobre el frágil equilibrio de la zona de los humedales de la costa.

No hago un juicio, narro lo que vi y viví en estos hermosos días en mi tierra. Eso sí, puedo afirmar que el mejor panucho que comí durante esos 16 días fue en una modesta lonchería ubicada frente a la unidad deportiva de la colonia Melitón Salazar. ¡Imperdibles!

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