Por Héctor Moreno
Se dice que ella es un portal de amor. La sanación es su finalidad, llegó a la ciudad sagrada de Chichén Itzá para recibir la energía del rayo que la conecta con todas las energías y frecuencias, es conocida como la “Mujer medicina”.
Muy cerca de las escalinatas del Castillo de Kukulcán y rodeada de sacerdotes mayas como Tiburcio May, María Apaza Altomisayoq tenía su mirada fija en la legendaria estructura de la serpiente emplumada; paciente espera el descenso de Kukulcán.
Ella llegó desde su natal Cuzco, Perú, para ser partícipe de la ceremonia del Cóndor y el Águila y, por supuesto, ser testigo del fenómeno arqui-astronómico que marca el inicio de la primavera (aunque oficialmente entró el 20 de marzo a las 9:33am) y que sigue maravillando a propios y extraños.
Entre gente con raíces con color de otras culturas, germanos, chinos, africanos, latinos, se encontraba sentada la diminuta pero fuerte figura de María, que se distinguía por su colorido vestuario y por los J’menes y familiares que le rodeaban.
De pronto sus ojos se iluminaron, vio un águila surcar el cielo y como si fuese magia o algo místico, salió de entre las nubes potentes rayos de Sol que rebotaban a un costado de la escalinata norte del legendario Castillo de Kukulcán para dibujar así la formación de siete triángulos, que lentamente bajaban para rematar en la cabeza de una serpiente.
Enfundada con tejidos de la nación Quero, Apaza Altomisayoq esbozaba singular sonrisa que rompía su arrugado rostro castigado por sus 96 años de edad mientras sus diminutos ojos se iluminaban.
Ella ha visitado Egipto, Grecia. Jordania, el Monte de Sinaí y ahora Chichen Itzá desde donde en su lengua envió un mensaje de paz a la humanidad.
María en esta tarde especial, que rompió el ayuno de dos años sin presenciar el descenso de Kukulcán, fue una de tantas personas que sienten que vibran, que se asombran al observar el gran legado de la cultura maya.