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De Twitter al Slow Reporting

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De Twitter al Slow Reporting

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Información de Concepción Moreno/El Economista

cmoreno@eleconomista.com.mx

En el Encuentro Internacional de Periodismo Cultural organizado por la UNAM quedó claro que, como todo el periodismo, el periodismo cultural se encuentra en crisis.

 Es una crisis impulsada por los cambios tecnológicos, pero también porque se vive un cambio generacional entre los periodistas. Ciertos modos de hacer y vivir este oficio decaen.

El fetichismo del papel es anacrónico. La supervivencia está en los beats y los pixeles. Pero también en cambiar el ritmo con que se informa, en aprovechar la gran ventaja que la fuente cultural tiene sobre las demás: la permanencia de los ideas sobre los hechos.

Pasar de la vieja guardia a la vanguardia

Antes, hace una generación, el periodismo cultural se preciaba a sí mismo de ser marginal, solemne, hasta aburrido. Era así tratado en las redacciones de los medios impresos y en la radio y en la televisión: como el hermano feo y pobre que, sin embargo, se siente superior a los demás.

Así lo describieron Miguel de la Cruz y Juan Jacinto Silva, periodistas de aquella generación, la de hace más de 20 años, cuando nacían los noticiarios culturales en Canal 11 y Canal 22.

“La cultura no es noticia, no es algo que pueda tratarse con la misma velocidad que la otra información” dijo Silva al público, formado especialmente por estudiantes.

Para De la Cruz, todo un veterano de la crónica cultural televisiva en Canal 11, a veces son las propias empresas las que se resisten a los cambios tecnológicos. “En 2006 cubrí una conferencia de Subcomandante Marcos y me tocó atestiguar cómo Televisa y TV Azteca gastaban 1500 pesos por minuto para transmitir usando fibra óptica, mientras que los alemanes de Reuters hicieron su transmisión con 20 pesos vía internet” narró.

“No es que no tuvieran acceso a la tecnología, es que no la sabían usar o ni siquiera la conocían”.

Un problema de imaginación

José Gordon ha refrescado el modo en que Televisa se acerca a la historia, la literatura y el arte. Lo ha hecho con Imaginantes, unas cápsulas que pasan con los comerciales entre programas deportivos y telenovelas, en las que narra los hechos e ideas que afectan el modo en qué vivimos.

Para Gordon el periodismo cultural contemporáneo adolece, precisamente, de imaginación. “Si queremos informar de una obra de teatro no hay que decir sólo en qué teatro está: hay que capturarla para excitar la imaginación del público”. No hay que temer el cambio tecnológico, pues: “quedarnos atrás es dejar de resonar con los sueños de la tribu. La verdadera labor del periodismo cultural no es sólo promover eventos artísticos, sino sobre todo de ser un pulsómetro del aire de los tiempos. De eso informamos, eso es la cultura”.

El meollo, pues, sigue siendo el contenido, no el medio.

Slow reporting para una mejor digestión 

La prensa escrita tiene que encarar una crisis peculiar: la de su inminente desaparición. En la edad de la velocidad, periódicos y revistas parecen tan anticuados como la locomotora de vapor frente a un avión subsónico.

Pero quizá en esa lentitud está su supervivencia.  

Patricia Vega, alguna vez reportera de La Jornada y hoy editora de la revista Emeequis, propuso una manera de informar. “Así como existe el movimiento de slow food opuesto a la fast food creo que debe nacer el slow reporting”. Es decir, el periodismo a paso de rueda, que requiere paciencia del reportero y también del lector: crónicas, artículos de fondo, periodismo narrativo.

“La prensa escrita tiene que informar al día siguiente de los que ya todos saben al segundo porque alguien lo puso en Twitter. La ventaja de la prensa escrita es que podemos informarles de eso que está detrás de la pura nota” coincidió Ariel González, editor de la sección cultural de Milenio. “Los reporteros del futuro están en Twitter, pero la prensa escrita siguen siendo la legitimadora de la información”.

Manuel Lino, editor de “Arte, ideas y gente” de El Economista, lo consideró así: “Internet nos rebasa en velocidad, sin duda, pero no podemos perder nuestro estatus como voz autorizada. Tenemos que ser nosotros los que nos tomemos el tiempo de investigar, escribir textos que valgan la pena leerse durante varios minutos”.

Pero quizá esta es una batalla que la prensa de papel ya perdió. Para Salvador Frausto, de la sección cultural de El Universal, la mudanza es inexorable: o aprendemos a hacer periodismo digital o dejamos de ser periodistas.

Pero Frausto es optimista (no es coincidencia: El Universal ha sido el diario mexicano que mejor ha sabido encarnarse en la red): tal vez perdamos el olor de la tinta, pero ganamos un espacio infinito de información, donde el debate ya no es sólo entre los periodistas y personajes, sino entre lectores, creadores y reporteros.

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