Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente
Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

La cruda TV

breaking-bad-706523

 

 

Por Alejandro Pulido Cayón

 

Mérida, Yucatán, a 27 de septiembre de 2010.- Avanza imparable el ejecutómetro mexicano. Sustraídos en tropicales opiáceos de seguridad, los de por acá, habitantes de la hermana República de Yucatán, pensamos lejana la violencia que embaraza al país. Éxito inobjetable la captura de malandrines dedicados al asalto. Del narco, eso sí, sólo sabemos lo que bien ilustra la TV. Maravilla de la libertad de expresión permitida en la pantalla chica, donde se desmenuza con retorcidos y humanos personajes la otra cara de la inseguridad. En pleno siglo XXI emergen contenidos impensables hace apenas unos años.

Si bien los noticieros informan sobre los descabezados del día o los capos caídos, dejan un aura vacía; espacios que rellena el imaginario colectivo, siempre hambriento, morboso. Resulta que la seguridad es tema complejo y apasionante. Policía y facineroso permanecen separados por una decisión. Tan criminal y bueno uno como el otro. Más allá de posturas maniqueas, mantener la tranquilidad social, el combate a la delincuencia, demanda sujetos tan torvos al lado de la ley como al margen de ésta. Así, surgen antihéroes admirables.

Vic Mackey (The Shield); Walter H. White (Breaking Bad); Frank Leo (The Bridge); Tommy Donnelly (The Black Donnellys); Teresa Lagos (Capadocia);  Khaterine, Miguel y Cristian (El cártel de los sapos), pertenecen a esa estirpe de personajes que fascinan al televidente, poseen una crueldad justificada. Caminan sobre navajas. Cada uno de esos caracteres responde a necesidades básicas, hasta nobles; pero ello no lava las atrocidades a las que recurren para cumplir su cometido.

Narcotráfico, corrupción, podredumbre, crimen, entre otras oscuridades humanas, siempre han estado presentes en la narrativa. Eran tratadas con su descarnada profundidad en el cine. La última década ha mostrado que esa condición reptílica podía degustarse vía TV, en cualquier sala o recámara. Y con elevado rating. Aquello que silencia la información noticiosa, encuentra cabida en la realidad vecina a la ficción. Porque el verdadero gancho de esas personalidades nace de su innegable verosimilitud. Sacian la curiosidad.

Producto de su época, los personajes enumerados encuentran cabida en un mundo bien entrado en el nuevo siglo. Desde su coto inventado, horadan la conciencia del espectador para incrustarles un paradigma crudo del orbe. Dirigidas a un televidente informado, esas series no regatean ni economizan el truculento proceder que significa la vida de y en el hampa. La década de los 90 del siglo XX estuvo marcada por Beverly Hills 902010, Melrose Place y Friends; así como la de los 80 ponderó Quantum Leap, Magnum, Knight Rider, Matlock y Murder She Wrote; o en los 70 había un Starky & Hutch, Quincy, Kojac y Hawaii 5-0; ahora corresponde una forma diferente de aproximarse a los problemas de la sociedad, sobre todo porque nada de virgen sobra en el consumidor.

Fuera de la telenovela que todavía deforma, y deforma bien a un público cuya edad mental promedio es de 12 años, existe un amplio sector que avala y consume gustoso la ideología plasmada desde gabacholandia que, bien vista, el mexicano ha integrado gracias al largo proceso de colonización cultural. Es una televisión propia de la Historia, hay que admitirlo. Confronta los valores humanos. Ataca las bases éticas del pensamiento, pero a la vez termina por acatar la norma social. De los seriales mencionados, los únicos latinoamericanos (Capadocia y El cártel de los sapos), también incorporaron los modelos conductuales del “gringo” a su desarrollo, quizás de ahí su éxito y penetración en el auditorio. El hecho concreto es que atrás quedó la inocencia del horario triple A. Sin embargo, y muy a pesar de su roja tintura, los antihéroes mencionados conservan rasgos melodramáticos y sucumben al amor y la pasión igual que colegialas, ello les confiere la pizca de dulzura que cautiva. Contradicción sustancial y necesaria.

Quienes hayan visto esas series, comprenden lo que se dice; aquellos que no, podrán apreciar que Vic Mackey, más allá de ser un perfecto desgraciado, mantiene a raya a los criminales y ama a su maltrecha familia que incluye dos hijos autistas; mientras que William White pasó de profesor de química a narcotraficante para legarle dinero a su esposa embarazada, antes de que él muera de cáncer; así, Frank Leo tuerce su honradez en defensa de los policías a quienes representa como líder sindical; Tommy Donnelly se asume dirigente de un territorio controlado por la mafia italiana, sólo para salvar al resto de sus hermanos de ingresar a ese tétrico ambiente, al tiempo que deja sus aspiraciones artísticas; de Teresa Lagos qué decir, sino que recurre a la extorsión, el chantaje y una incipiente doble moral para mantener el ideal de la prisión Capadocia.

Uno a uno, esos protagonistas conserva un sueño válido, humano, a veces piadoso, lo cual no evita su actitud criminal. Salvo los casos de White y Donnelly -que su peculiar circunstancia avienta a la vida delictiva- el resto de los personajes enumerados representa y ejemplifica lo retorcido que tienen los defensores de la ley, quienes paradójicamente han de quebrantarla para sostenerla. En conjunto fascinan porque revientan estereotipos; hasta parecen reales, como esos policías encubiertos que ayudan a capturar violentos atracadores. Habría que verlos hoy, que está de moda el concepto “inteligencia policial”. Es la cruda TV que nos tocó vivir.

Facebook
Twitter
LinkedIn