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Vinagre y rosas, Sabina en Mérida

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Vinagre y rosas, Sabina en Mérida

Esta noche, Joaquín Sabina pisa por vez primera los escenarios de Mérida. Con más de 40 años de carrera, el «Flaco de Úbeda» tocará para sus seguidores en el Centro de Convenciones Yucatán Siglo XXI. Nuestro amigo y corresponsal, Israel Crens, nos hizo llegar la siguiente crónica sobre lo ocurrido en los conciertos de Sabina en el Auditorio Nacional en días de abril.

 

 

joaquin_sabina_-_tiramisu_de_limon

 

 

 

Por Israel Crens

 

“Hice un solo desafinado

con las cenizas del amor

las verbenas del pasado

gangrenan el corazón.

Acórtate la falda nueva

despiértate al oscurecer

túmbate al sol cuando llueva

no desordenes mi taller”

 

Con esas coplas se dio fin a una ansiada espera para ver al pirata gamberro, al flaco de Úbeda, al poeta maldito curtido por los licores de la palabra y que a poco celebró sus 61 años de penitencia en este mundo.  Claro, el Cohen hispanoamericano, ese que canta: Joaquín Sabina.

Esa voz sobada por la piedra filosofal que se ha vuelto un imperdible en nuestra  mente. Una voz que deleitó audiencias (la mayoría pasados de los 35 años) en sendos conciertos en el Auditorio Nacional.

Quebró sus estándares de dos recitales, para ofrecer seis conciertos por vez primera en la capital del país. Con expectativas bien puestas para escuchar lo que  muchos esperaban, Sabina cautivó  con melodías ya más acentuadas y bien aterrizadas de conciertos posteriores con sus inseparables Pancho Varona y Antonio García de Diego.

Si bien ya no da saltos o corre como antaño por las duelas del escenario, interpretó canciones olvidadas desde la gira del 96 cuando presentaba su álbum “Yo, mi, me, contigo”. 

No cayó en repetirse como Ringo Starr que, amén de ser quien es, interpreta siempre las mismas canciones. Sabina, afortunadamente, ya dio el brinco y el repertorio fue diferente aunque un tanto atropellado en su dinámica, pues los diálogos a los que nos tenía acostumbrados desde su primera aparición en el 88, con “El hombre del traje gris”, brillaron por su ausencia dando la apariencia de que sólo se presentó para cubrir el contrato.

De lo destacado entre los 27 y 33 temas que canta, fueron “Amor se llama el juego”, “Peor para el sol”, “Princesa” (su plato fuerte) y “Cerrado por derribo” en su versión del LP 19 días y 500 noches.

Para sabinistas consumados, el hecho de verle fue suficiente. Para el groupie o bohemio empedernido es de sobra sabido el sacrificio que hubo de pagarse (un servidor se incluye).  El costo de un auditorio en donde lo único bueno es su acústica, donde hubo que soportar  en su mayoría a la gente snob que compró su entrada como si fueran al cine, dio por resultado un horrendo ambiente “teto” y discorde al artista que se presentaba consumiendo previamente, claro está, sendas copas de champagne Viuda de Clicquot en el hall, como antaño se vendían copas de Paternina; y todo ello para estar ad hoc con el evento, aunque esa gente no hubiera escuchado en su vida al querido Joaquín. 

Con esos antecedentes, es probable que Sabina, acostumbrado a recintos más íntimos, haya decidido retirarse en esta gira de los auditorios y estadios para concentrarse en teatros donde la gente no sea constantemente vigilada en cada entrada para grabar, tomar fotos o no salirse a los pasillos a dar unos cuantos brincos y gritos.

En resumen los conciertos cumplieron con la expectativa aunque los ha tenido mejores fuera del Auditorio que es un asco, a diferencia del Metropolitan o el Palacio de los Deportes.

La euforia de su paso siempre apoteósico por el país plasma una huella imborrable y es como un buen vino de mesa que deja su sedimento en la sangre. Sabina es el ejemplo puro de la canción inconclusa, del perdedor, de la putas, del bar, de la noche, los excesos, de hacer lo prohibido, romper protocolos (a pesar de tener que soportar invitaciones presidenciales y pretender ingenuamente que todo está bien).

Ha sabido mantenerse firme y estoico en sus declaraciones aun cuando hay quienes creen que la isquemia cerebral que antaño lo dejó inútil un buen rato, le perjudicó el sarcasmo y la ironía.

No, Sabina es un poco como Freddy Mercury en el aspecto de “ahora que me despido, pero me quedo”; otro tanto como Chavela Vargas, borrachos, retirados y mujeriegos y otro tanto como John Lennon, con miedo a terminar como Elvis, obeso y cantando en shows de Las Vegas  para repetirse a sí mismo cada noche.

Dicho de otra forma, Joaquín Sabina es un artista que vive y necesita del escenario, de la duelas de un foro para sentirse vivo y que se niega a consumirse lentamente como un hielo en un Whisky sin soda,  compartiéndonos siempre ese helado de aguardiente, ese licor de ajenjo en cada canción que sin remedio nos vuelve adictos y nos hace ver que antes de morirnos, debemos vivir la vida un poquito.

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