Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

No hay mal clima, solo viajero mal preparado

Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

No hay mal clima, solo viajero mal preparado

Por Ana Preciado

¡Tengo ganas de conocer la nieve! Tirarme en ella, agitar mis brazos y piernas porque pareciera ser mullida y hasta cierto punto, acogedora; en mi cabeza se mira divertido crear bolas de hielo y tirarlas al aire, sentir la ventisca en mi rostro y observar las pequeñas estructuras cristalizadas de los copos congelados caer como en cámara lenta.

El alboroto de enfundarse en unas voluminosas prendas para salir a mitad de la noche a escuchar el crujir de la nieve bajo mis pies, buscar un punto alto y subir hasta llegar lo más elevado posible para contemplar la quietud de la noche, sentir el cielo de cerca y, si el clima es lo suficientemente benevolente, presenciar el espectáculo nocturno de las auroras boreales, con sus cósmicos y fosforescentes colores que van y vienen cual vaivén de una fuerte marea.

Después de tanta actividad, regresar a una cálida guarida de madera y sentarme frente a una chimenea para disfrutar del exquisito sonido del crepitar del fuego, mientras mi cuerpo vuelve a tomar su temperatura regular.

Toda esta idea ronda por mi mente una y otra vez, así como la describo.

Para lograr tal cometido ahorro, ¡y mucho!, porque sé que será un lugar remoto; también busco gangas en diferentes plataformas de viaje con la esperanza de encontrar una que me lleve en plena temporada de invierno a tales parajes que me generan dicha ilusión como Islandia, Alaska o Suecia.

En el proceso de alcanzar ese sueño he escuchado hasta el cansancio las mismas frases repetitivas, pero siempre parafraseadas, referentes a mi probable incapacidad de tolerar esos climas: -no vas a resistir el clima, estás acostumbrada al calor de Mérida-, ó –a ver cuánto tiempo soportas el frío de ahí-.

Sí, probablemente romantizo las temperaturas bajo cero y sufriré un poco al principio, pero mi respuesta a estas supuestas afirmaciones es que SÍ VOY A AGUANTAR, pues no hay que olvidar que no existe un mal clima, sino un viajero mal preparado.

¿Qué quiero decir con esto?, que al momento de planificar tu viaje hay que ser conscientes del tipo de clima al que te enfrentarás una vez llegando a tu destino. Por ejemplo: si tu idea es viajar a Nueva York en fin de año para ver la bola descender en Times Square, deberás llevar una tanda de ropa interior térmica, chamarras de pluma de ganso, botas para el frío, pantalones de forro térmico, un gorro de lana, los imprescindibles guantes y de paso, unas orejeras.

Es normal que el primer golpe de frío sea aterrador… sobre todo como yucatecos pero, ¡no te preocupes!, ya que estarás completamente preparado para hacerle frente, al cabo de poco tiempo disfrutarás de tu viaje y, ¿por qué no?, también del clima.

En el caso contrario, si eres una persona acostumbrada a climas muy fríos y repentinamente se atraviesa la oportunidad de viajar a países tropicales, tu maleta estará repleta de shorts, blusas, playeras y probablemente más de una opción de traje de baño.

En este instante podrías replicar -¿por qué comprar tanta parafernalia por un viaje de poca duración?- Mi respuesta es que para toda ocasión hay una solución: si no crees necesario comprar prendas que aseguras jamás volverás a usar*, siempre habrá alguien que pueda prestarte alguno de estos artículos. Incluso en ciertos destinos, existen tiendas de segunda mano donde podrás adquirir esta ropa a precios sumamente bajos.

Alternativas hay, excusas también. ¡No temas a los climas desconocidos! Recuerda que también eso formará parte de tu memorable experiencia de viaje.

(*) Esto es algo que uno nunca sabe, igual y realizas un viaje de esa misma índole en un futuro próximo.

Facebook
Twitter
LinkedIn