Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Las ciudades no tan perdidas del Petén Mexicano

 

Texto y Fotografías: Ana Laura Preciado
 

El silbido del viento es el principal espectador de aquel sitio. Con un poco de suerte, si acaso unas 30 personas pisan aquel oliváceo y ancestral recinto perdido entre la marabunta de árboles, hierbas y otros agrestes moradores naturales.

Ubicado a poco más de 5 horas y media de Mérida, la reserva de la Biósfera de Calakmul se alza imponente sobre el Estado de Campeche. En ella, se encuentran albergadas distintas variedades de animales (especialmente felinos), alrededor de 1600 especies diferentes de plantas y sobre todo: historias de nuestros antepasados, representadas a través de edificios de piedra, popularmente conocidas como zonas arqueológicas.

 

Chicanná, El Hormiguero, Becán, Xpuhil y la medianamente célebre Calakmul son algunas (o al menos las que pude avistar) de las zonas donde el tiempo y la naturaleza convergen para relatarnos un poco sobre cómo era, en aquel entonces, la vida de los mayas: civilización tanto poderosa como compleja, los cuales durante el Periodo Pre-Clásico (2000 A.C -300 D.C) hasta el Post- Clásico (900-1500 D.C)  habitaron y proliferaron sus conocimientos e idiosincrasia a lo largo del sureste de México, hasta llegar a Guatemala, Belice y ciertas regiones de El Salvador y Honduras.

 

Para llegar a estos sitios, uno paga módicas cantidades por presenciar un espectáculo natural y cultural grandioso, sumada la sensación de tener el sitio para uno solo. Es recomendable ir preparado; llevar consigo suficiente cantidad de agua para rehidratarse, algunas barras energéticas y otros snacks para recuperar fuerzas luego de largas jornadas de subir y bajar a tropel las estructuras y mantener el tanque de gasolina lleno.

El trayecto desde Mérida a Xpujil (poblado “cercano” a estos sitios) es largo, pero el llegar hasta las zonas arqueológicas es una odisea más. Si bien para Chicanná o Becán el acceso es sencillo, para Calakmul deberán recorrer un sinuoso y agujereado camino de un poco más de 60 kilómetros, que, sumado a los otros 50 kilómetros entre Xpujil y Conhuas (puerta de entrada a Calakmul), el recorrido es de casi dos horas de duración. Naturalmente en el tramo para entrar a la zona arqueológica no hay ni un solo establecimiento o gasolinera.

El momento de la verdad ha llegado. Ese primer instante donde uno sale del vehículo y pone un pie en cualquiera de estos espacios, te ves envuelto en una sinfonía de sonidos provenientes del leve roce de hojas entre árbol y árbol, los lejanos aullidos de los simpáticos monos araña y el fino batir de alas de un tucán o un hocofaisán: los guardianes al aire.

Luego de caminar por los pedregosos caminos, esquivar unas cuantas ramas caídas, y escalar trabajosamente – con unas 2 o 3 paradas para recuperar el aliento- lo que pareciera un sinfín de escalinatas de piedra, llegar a la cúspide de alguna de las pirámides y ser espectador de una vista mágica, de esas que te dejan sin palabras, sabrás que todo el esfuerzo previo valió la pena.

La espesura de la selva se extiende hasta al infinito, hasta donde la vista de uno alcanza a divisar. Entre todo el follaje se atisban a lo lejos, colosales estructuras esperando pacientemente a contar la inagotable cantidad de historias encerradas detrás de cada piedra. La brisa se percibe fuerte desde ahí, dejando a su paso un perfumado vaho a hojas: la oportunidad ideal para cerrar los ojos, gritar o sólo disfrutar en silencio del momento.

Después de tan ajetreada subida necesitas reponerte; es ahora donde puedes aprovechar el comer una barra de cereal y tomar un tanto de agua mientras sigues contemplando el paisaje, ahora con más atención. Guardas tu basura, aprecias un poco más de la vista y emprendes camino cuesta abajo.

 

Calakmul, de la que todo mundo habla, pero nadie conoce, junto con los demás yacimientos arqueológicos, ciertamente están apartados de la civilización y se han mantenido perennes y atemporales a través del correr de los años. Sentimientos encontrados brotan en uno, primero deseando que más personas visiten estos sitios y con ello apartar los reflectores de sus otras bulliciosas hermanas como Chichén Itzá y Tulum, sin embargo, por otro lado, esperando que estos lugares permanezcan intocables y alejados del furtivo humano, en donde sólo los verdaderos aventureros y curiosos osan merodear.