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Nostalgia por los museos

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Nostalgia por los museos

Por Guadalupe Meza

El origen de los museos se desvanece en el tiempo sin una fecha precisa, no por los recintos en sí, sino porque el ser humano lleva mucho tiempo armando colecciones que, en secreto o públicamente disfruta presumir: objetos preciosos -o no tanto- que con el paso del tiempo se convierten en bienes culturales (o quizá lo fueron desde el inicio, habría que pensar en los saqueos de sitios arqueológicos, por ejemplo); por eso al momento de visitar un museo es común que encontremos notas debajo de las pinturas, joyas, esculturas, etcétera, que rezan: “colección privada de…”.

Hoy, visitar un museo suena como algo casi nostálgico. A pesar de que algunos estudios demuestran que recorrerlos representa un riesgo tan bajo de contagio como hacer actividad física en un parque, no sabemos cuándo volverán a abrir por lo menos en México, las razones son tan obvias como la falta de personal que apreciamos en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el abandono de las zonas arqueológicas; existe un desinterés abiertamente admitido por autoridades y probables visitantes. La presión que ejerce el gremio no es equiparable con la insistencia de empresarios de turismo o restauranteros.

Sin embargo, para los curiosos que disfrutan de escudriñar el pasado, los amantes del arte o los chismosos empedernidos (queda claro que el gusto por los museos nos acerca a por lo menos una de estas categorías), el Gobierno Federal ha abierto la puerta, de manera virtual, a muchos recintos a través de la ya conocida página web: contigoenladistancia.cultura.gob.mx. Esta experiencia, si bien no satisface del todo al espectador, calma un poco las ansias del encierro y nos ayuda a viajar dentro de casa; después de todo, los museos siempre han sido un incentivo para conocer otra ciudad y parte del encanto que descubre el viajero.

En instancias locales, algunos museos a lo largo del país han abierto plataformas propias y ofrecen recorridos digitales guiados de vez en cuando, entre otras experiencias en las que procuran involucrar a su público y mantenerlo interesado. Una de esas propuestas innovadoras, fue la del Museo de las Artes (MUSA) de Guadalajara (Jalisco), que hace un par de meses lanzó una convocatoria para dar a conocer los pequeños museos que hemos creado en casa: esos rincones sagrados que guardan las piedritas recolectadas en los ríos, las cucharas de la abuela, las muñecas de la infancia, etcétera. Todas aquellas cosas que en algún momento resultaron tan valiosas para la historia que dieron origen a los museos, y que dentro de casa forman parte de una colección igual de valiosa para nuestra historia personal. Hoy el MUSA prepara una exposición con estas fotografías, mientras nos sigue ofreciendo visitas a su interior, que es siempre sorprendente.

La propuesta abre espacio para realizarse preguntas aventuradas: ¿Acaso no hemos guardado esos objetos con recelo para observarlos justo ahora? ¿No hay en cada recuerdo una historia que disfrutamos contarnos una y otra vez? ¿Nos hemos guardado cada cosita solo para nosotros o para mostrarlas cada que viene una visita? Aunque prefiero dejar estas preguntas aquí, suspendidas y a merced del lector, me animo a afirmar que si la convocatoria ha tenido el éxito esperado es porque consideramos esos souvenirs tan valiosos como para enseñarlos a los demás y con ello, ofrecerlos como vestigios históricos no de una persona, sino de una sociedad.

Entonces propongo, de manera ingenua, que tal vez, en lo que logramos salir de casa y nos cansamos de la luz azul de las pantallas, podemos buscar esos refugios museográficos que guardamos en casa y volver a las colecciones, aunque sea para pasarles el trapo y preguntarnos, ¿qué hacen ahí esas fotos o esos imanes? Comparar, aunque sea a la distancia, las pequeñas joyitas de patrimonio que tenemos, frente a las suntuosidades de palacios europeos (hoy abiertos gratuitamente al ojo virtual) o las piedritas de los viajes al mar, con los imponentes vestigios arqueológicos de nuestro país.

Mientras no podamos regresar a los museos, podremos volver a su origen y apreciar nuestras colecciones y con suerte (y su consentimiento), curiosear las de aquellos amigos que estén dispuestos a compartirlas en una foto o un vídeo. Tal vez en este ejercicio redescubramos la importancia de las colecciones museográficas, el valor del pasado, del presente y de los mundos imaginarios que guardan esos recintos.

(*) Escritora, viajera y editora de tiempo y medio. Twitter: @Lupita_Meza_  |  Instagram: lupi.mesz

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