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La milpa de mi vida, un impulso

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La milpa de mi vida, un impulso

Especial Revista Yucatán

Luces en la oscuridad

Todos los invitados estaban conmovidos ante los testimonios de jóvenes procedentes de comisarías lejanas a esta capital yucateca. El evento fue por el 20º. Aniversario de Impulso Universitario, A.C. presentando la campaña “Oportunidades que trascienden”. Esta asociación nació del empeño, esfuerzo y generosidad del Padre Jorge Laviada (+) acompañado de amigos que creyeron en su proyecto: impulsar a aquellos jóvenes de escasos recursos con deseos de continuar sus estudios, obtener una carrera y salir adelante. A propósito del Día Internacional de la Mujer que se celebra este 8 de marzo, presentamos el siguiente testimonio:

Mi nombre es Fátima Gamboa Estrella, les platico un poco de mi vida, lo haré pensando en la siembra de una milpa de elote.

Primer elemento: La tierra

Para las mujeres, conocer la historia de nuestras madres y nuestras abuelas es fundamental, pues caminamos en este mundo sobre sus pasos. Lo que hoy somos es parte de lo que ellas fueron y vivieron en el pasado. Mis abuelas, las dos Julias, mujeres mayas, compartieron la pobreza, el no saber leer y escribir y el ser víctimas de un mundo en donde ser mujer era igual a no poder elegir ni construir su propio proyecto de vida.

Para mí, la tierra es punto de partida, pero también punto de llegada.

Segundo elemento: La siembra y el riego

En este contexto y considerando que muchas veces la pobreza, la desigualdad y la discriminación se heredan, mi padre y mi madre tampoco pudieron estudiar. Ella nos tuvo a sus casi 40 años y él a sus más de 50. Con tres hijas comenzaron a sembrar y regar sus semillas: nos enseñaron que lo importante es el amor y el respeto.

Desde pequeñas, criar y vender pollos fue parte de la enseñanza: aprendimos el valor del trabajo en equipo, de los esfuerzos colectivos y sobre todo la reciprocidad. Podíamos estar mal económicamente y tener el “poder” de dar fiado a la vecina que lo pedía. Podían mis vecinas no ser ricas y llegar, de la nada, cualquier día, a la casa y decirle a mí mamá –“Tenga doña Julia, 200 pesos para que se ayude”– o compartir raciones de su deliciosa comida. Así crecí, entendiendo el círculo virtuoso de cómo funciona la reciprocidad, el agradecimiento y la colectividad. Todas confluyendo para lograr el equilibrio de la vida.

Tercer elemento: El sol y sus rayos de luz

Al terminar la preparatoria, no había sueño más poderoso en mi accidentada vida académica que ser abogada. Pero con mis padres, ya muy grandes y cansados, me pareció que mi rumbo ya estaba marcado: dejar de estudiar y trabajar para aportar a la casa. Y sin embargo, ahí estaba, el anuncio en el periódico: una convocatoria para becar a estudiantes de recursos económicos limitados y que tengan compromiso social. Después de un duro proceso de selección, la oportunidad se me dio.

Así fue como Impulso Universitario se convirtió en un impulso de mi vida.

La historia de mis abuelas era aquella tierra labrada sobre desigualdad e injusticias. La historia con mis padres fue la siembra de semillas regadas con amor, esfuerzos y valores. Impulso Universitario se presentaba ante la milpa de mi vida, como el sol, que alimenta con su luz las mazorcas, fue para mí esa posibilidad de crecer y ser lo que yo soñaba: Abogada.

Conocí mucha gente que me acompañó y orientó, de manera amorosa, en mi formación como profesionista. Especialmente me topé, justo cuando más lo necesitaba, con uno de esos rayos de luz potentes y determinantes para mi crecimiento: el Padre Jorge Laviada, a quien no lo llegué a estimar por su investidura, sino por su persona, por nuestras diferencias y discusiones de chat. Él fue quien, en el momento más determinante de mi vida, migrar a la Ciudad de México para estudiar la maestría y buscar trabajo, estuvo como gran soporte y desahogo. Hay presencias en tu vida tan fuertes que, como catapulta, te avientan a tus objetivos sin miedo y con seguridad. Gracias Padre Laviada.

La cosecha

Ahora es momento de recoger la cosecha. Como pudieron darse cuenta, esta cosecha parte de una base de desigualdad, así que la cosecha tiene que servir para luchar contra las injusticias, la violencia y el racismo que vivimos las mujeres mayas.

La siembra fue colectiva, pues fueron muchas personas y organizaciones quienes contribuyeron. Así que la cosecha no puede ser para un interés individual o personal. La cosecha no es para la acumulación material, se cosecha para devolver, para compartir, para agradecer, pero sobre todo para vivir. Y vivir, al menos hasta lo que hoy entiendo, es para acompañar a personas, denunciar injusticias, facilitar espacios, aportar a las risas, las ideas, la felicidad y los sueños de las personas y grupos que quieren y pueden (lo que mis abuelas no pudieron) construir realidades más justas, más iguales. Realidades en donde las personas, al mirarnos a los ojos, reconozcamos, sin importar nuestras diferencias, nuestra humanidad y por tanto nuestros derechos.

 

Gracias a todas ustedes por sembrar en nosotras.

Gracias a todas ustedes por compartir con nosotras.

Gracias por estar aquí y ser todas parte del Impulso Colectivo de vida.

 

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