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Reivindicar la fantasía como parte central de la realidad, Terry Gilliam

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Reivindicar la fantasía como parte central de la realidad, Terry Gilliam

ALUCINE

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Alex Pulido Cayón.

 Desde su incursión en el legendario “Monthy Phyton”, el excéntrico Terry Gilliam se preocupó de labrar un estilo visual y narrativo propio, lleno de fenómenos, exageraciones, metáforas visuales y situaciones desproporcionadas, que llevan a pensar que el director es un género cinematográfico en sí mismo.

El universo de Gilliam está poblado de personajes fantásticos, atormentados, que buscan escapar de irrealidades opresivas, desquiciantes, y que muchas de las veces ellos mismos han creado, como el Sam Lowery de “Brazil”, u otro más clásico en el propio Barón Munchausen o más en el terreno de la realidad Jack Lucas, de “Pescador de ilusiones”.

Aunque busque inmiscuirse en un mundo más acorde con el que la mayoría de la humanidad percibe, lo cierto es que Gilliam siempre se las ingenia para llevar al espectador a los terrenos de la fantasía, aunque ésta sea emanada de una profunda distorsión de la psique.

Tengo bien grabada una imagen de ese autor, en la que un barco empieza a desprenderse del mar, pues resulta que la nave es el sombrero que porta un gigante en “Bandidos del tiempo”.

Resulta que la fascinación por este director en particular, surgió en mí cuando aún era un chamaco que nada comprendía más allá de los absurdos diálogos de Don Gato, pero mi padre tuvo el acierto de llevarme a la Cineteca Nacional para ver, precisamente “Bandidos del tiempo”.

A los siete años de edad, la difusa idea de que Sean Connery fue uno de los mejores James Bond, hacía creer a muchas personas que su paso en la mencionada película era garantía de calidad, sin que por ello tuvieran presente la naturaleza completa de la cinta desde la perspectiva del director. Creo que por eso la sala estaba a reventar.

Pese a que no entendía un carambas de lo que trató la película, quedé profundamente impactado por la fuerza de las escenas, capturado, a decir verdad, de esa imaginería que caracteriza la obra de Gilliam.

Entrado en los primeros días de la pubertad, tuve la oportunidad de ver “Brazil”, que para ese entonces me dijo muy poco, y es que esa cinta en especial, es de las más complejas y con mayor número de subtextos realizada por el cineasta norteamericano naturalizado británico.

Hace unas horas, y con una bagaje de cinéfilo más sólido, revisité esa pieza de corte futurista, que en realidad es una perfecta amalgama entre “El proceso” de Kafka, “1984” de Orwell, y el opresivo mundo de “Blade Runner”.

Esas tres fuentes bien definidas en la obra, adquieren personalidad propia y dejan atrás sus referentes gracias a que el director las reescribe a partir de una historia de amor imposible, que, paradójicamente, encuentra su realización en un mundo idealizado al que escapa el protagonista para crear en su mente la realidad en la que vivirá.

El onirismo de “Brazil”, además de funcionar a manera de homenaje a cineastas como Sergei Einsenstein, perfila los elementos visuales que subsistirán a lo largo de las creaciones de Gilliam.

Sin lugar a dudas, las cintas que mayor continuidad visual y referencias que rayan en el autoplagio, son “12 monos” y “Miedo y asco en Las Vegas”.

En el caso de “12 monos”, el mundo futurista del que supuestamente proviene su protagonista, James Cole, está recreado en lo visual casi de la misma forma en la que planteó “algún lugar del siglo XX” en “Brazil”, y de igual manera juega con esas fugas al subconsciente del personaje.

Para “Miedo y asco en Las Vegas”, obra basada en los libros del periodista Hunter S. Thompson, el estilo visual raya en lo grotesco, lleno de planos que enfatizan lo desproporcionado de las situaciones, hacen de ella una de las piezas más incomprendida y  reverenciada a la vez.

Gilliam es en sí un género, un autor de cintas de culto, que imprime su sello aun en obras esencialmente comerciales, como fueron “Pescador de ilusiones” y “Los hermanos Grimm”.

No obstante, incluso en “Pescador de ilusiones” la trayectoria del cineasta impregna la obra con tintes de su pasado, pero deja de lado las acrobacias visuales para privilegiar el desarrollo de los caracteres.

En sus inicios, Gilliam formó parte del grupo “Monthy Phyton”, donde participó en producciones emblemáticas como “Los caballeros de la mesa cuadrada”, sátira en la que el motor de la trama es la búsqueda del Santo Grial, elemento que también motiva a Parry en “Pescador”.

Por donde se quiera ver o analizar la producción completa de Gilliam, se llegará a la conclusión de que forma parte del privilegiado grupo de autores que logró consolidar un estilo propio, el cual, a pesar de sus “autoplagios”, tiene un código propio, identificable y característico, que independientemente del tema o la trama, hacen que sea único.

A diferencia de cineastas como Pedro Almodóvar, que han construido su estética a base de reiteradas referencias y escenografías que parten de un diseño de arte similar, Gilliam logra hacer de sus películas un género, porque más allá de la tragedia o la comedia, contienen demandas muy particulares para reivindicar a la fantasía como elemento central de la realidad.

Terry Gilliam
Terry Gilliam

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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