Por José Luis Preciado

No es un secreto, a nadie le importa la fiesta del Bicentenario, haga usted una encuesta y encontrará que un alto porcentaje de los mexicanos están ajenos a esta celebración; la fiesta nunca logró permear la piel del mexicano que no sabe a ciencia cierta qué se festeja, ¿200 años de independencia de qué?…somos libres del yugo español, pero otras cadenas aprietan fuerte el tobillo, la violencia extrema se ensaña con el país, la falta de empleo limita la vida libre de la ciudadanía, por todo el territorio se siente una intensa depresión relacionada con un país que no puede o no sabe cambiar, ni avanzar hacia mejores niveles de vida, niveles sólo consagrados para la única clase que hoy puede estar tranquila: la clase gobernante, ahí se puede festejar de manera distinta.

Luego vienen las versiones light de los festejos, siempre huyendo del debate nacional de quiénes somos los mexicanos, ¿qué somos ahora después de 200 años de Independencia y cien años de Revolución? ese debería ser el gran debate nacional, pero no, estamos más metidos en saber qué artista cantará la Noche del Grito… y viene el júbilo al saber que Juan Gabriel nos hará el honor en Yucatán enmarcado por las fiestas de los cabildos con sus oradores huésped, allí disertando sobre cosas ajenas, del resto nada.

El ciudadano de a pie irá al Grito, cantará con los artistas y disfrutará de los juegos pirotécnicos, pero después regresará a su rutina, nada en él habrá cambiado, no se sintió más o menos mexicano, nadie le preguntó qué sintió, qué tema actual le cala más hondo, vuelve a lo cotidiano para preguntar si el crimen está perdiendo la batalla contra el gobierno mexicano, el del presidente Felipe Calderón, uno de los más ajenos a la idea de progreso y estabilidad nacional, el presidente más frío e inexpresivo que hayamos tenido en México, incluso superando a un Fox errático pero por lo menos, más simpático.