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Sección de fumadores

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Sección de fumadores

Disfruto un cognac de la sierra, también conocido como ponche de granada. Oculto en los montes de Jalisco, el poblado de Concepción de Buenos Aires, es un sitio que pese a la magia de sus casas de adobe y ladrillo rojo, ha caído preso de las leyes antitabaco. Imposible que te sientes en la cantina del pueblo y enciendas un cigarro. Fuera, te dice el dueño.

Desde su promulgación, las regulaciones para mantener edificios y locales libres 100 por ciento de humo de cigarro, han generado nuevos espacios de convivencia entre los fumadores. El estigma de ser adictos a la nicotina, genera una especie de confraternidad única, en la que puedes encontrarte con los más disímiles personajes, siempre dispuestos a contarte sus anécdotas sobre la discriminación que padecen.

cigarroEn mi periplo de fumador estigmatizado, he tenido la oportunidad de confraternizar con innumerables personas que van desde el monero Rius pasando por escritores como Eugenio Aguirre, Paco Ignacio Taibo II, Benito Taibo y Maruan Soto Antaki, entre otros.
Uno de los temas que siempre brotan, es la insuficiencia de espacios para quienes deseamos transitar por el mundo en calidad de chacuacos.

Por lo anterior, me sorprendió que la férrea aplicación de las restricciones para el noble arte de echar humo hayan calado hasta los confines de las Sierra Madre Occidental, donde ahora resulta que también está prohibido fumar en un bar o cantina, sitios por excelencia para matar un Marlboro. Ya ni el hecho de que estemos inmersos en los confines de la naturaleza impide que los fumadores seamos parias.

Sin embargo, también me sorprende que en la Ciudad de México haya una reconsideración sobre ese tipo de limitantes. Cada vez son más los comercios que, conforme a las estipulaciones del reglamento respectivo, han adecuado sitios interiores para albergar a quienes aprecian una buena calada de cigarro antes y durante, un café. O que simplemente son apóstoles de la máxima que reza: después de un taco, un buen tabaco.

Lo cierto es que por más satanizados que estemos los fumadores, siempre encontraremos un remanso de tranquilidad en esos pequeños balcones fuera del restaurante o a las puertas de una cantina, donde se intercambian extraordinarias historias o simples quejas contra un sistema hipócrita.

Quienes consumen tabaco deben pagar una serie de impuestos exorbitantes por el gusto. A cada cajetilla de cigarros le cargan el IVA del 16 por ciento, más los IEPS, además de una imposición fiscal por tratarse, precisamente, de tabaco. Más del 60 por ciento que se paga por una cajetilla, corresponde al gobierno que lo cobra vía taxativa. Y todavía así se botan la puntada de discriminar a tan fieles contribuyentes.

Si bien, la prohibición de fumar en lugares cerrados tiene repercusiones favorables para los no fumadores, e incluso para los aferrados al vicio de echar humo; también es cierto que debería existir, incluso en los edificios 100 por ciento libres de tabaco, un reducto para quienes les gusta entrarle al taco de tabaco, al menos así lo prevé la ley.

Por lo pronto, me queda el consuelo de saber que cada vez que salga a fumar encontraré a una persona especial con quien compartir estas palabras.

Por Alejandro Pulido Cayón

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