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Nunca te cases con un hombre que no sabe bailar

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Nunca te cases con un hombre que no sabe bailar

José Luis Preciado
La radio tocaba un mambo de Pérez Prado, las muchachas ya habían hecho la faena y nuestra humilde casa del barrio Estación Central ya estaba rechinando de limpia. Por los bordes de la olla saltaban los aromas a promesa de un rico puchero que llegaban desde la cocina a la sala.
Quizás sean los años, pero me ha dado por ir en la vida comparando canciones, libros, cosas y calidades de cada época, por ejemplo, antes los autos era simples y para siempre; motor, cuatro, seis u ocho cables de bujías, acumulador, llantas y carrocería y a darle la vuelta al mundo, hoy con cero kilómetros y al salir de la agencia ya son autos viejos y valen 30% menos, eso sí, llenos de una tecnología maravillosa que invita a correrlos a máximas velocidades, llenos de bolsas de aire que estallan como palomitas de maíz, pero que aún no evitan las muertes.
Tengo un vecino retro con un auto viejo y tuneado, un mustang que atrae miradas sorprendidas que se detienen en esta joya de museo, en lugar de los anodinos autos de lujo que circulan por esta transitada vía, el mustang se lleva el rating; admiro en secreto cómo se aferra al pasado, a pesar del alto costo que significa hacer rugir a esa máquina de ocho cilindros.
Luego volteo para otro lado, la mera verdad los autos no son lo mío, siempre se me cruzan por la cabeza como algo que me gustaría algún día, algún modelo como la combi, remodelada igual a una casita con ruedas y lista para las grandes aventuras frente al mar o el bosque, pero después pienso en el proceso; gastos de hojalatero, pintor, mecánico…y se me olvida, por eso respeto y admiro a esos que han hecho de su colección un acto de pura fe. Quizás algún día y…dale otra vez.

En cambio
La música se me han vuelto más económica y fantástica, ocurre con ella, según yo, que va más allá de ese maravilloso sonido y voz que nos alegra el aquí y ahora, sino que nos amarra a los recuerdos, momentos, gestos, pasos, aromas, estado de ánimo, comida, pasajes literarios, cigarros apagados en la piel misma, retos e improvisaciones, actos de valor personal, no sé si les pasó alguna vez, pero se requería más valor para sacar a bailar a una muchacha, que tirarse a las calles de Pamplona, perseguido por toros bravos, algunas veces teníamos que ser empujados por un amigo cómplice o el caluroso abrazo de unos buenos tragos de algún licor o bebida exótica dispuesta a liberarnos de la pesadez de no poder ser de pronto otra persona, como ese negrito tan bailador y divertido y así saltar sorpresivamente a una pista atestada de los más experimentados bailadores, sin haber bailado nunca con esa mujer que se escapa entre los brazos de un seductor profesional…me viene a la mente aquella frase lapidaria de mi madre a sus hijas; nunca salgas con un hombre que no sabe bailar y acto seguido subía el volumen de la radio, mientras sonaba una rumba, danzón o cha cha cha, a darle niñas que el futuro les espera y allí estaban Bertha, Alicia, Adelina y Maricruz, levantado el polvo del corredor, mientras desde la silla de los niños, mis pies se sacudían al ritmo de aquello mágico que se transformaba en un salón de baile, mamá con una de ellas y las otras dos entre sí, una gozadera, entre pasitos aprendidos y otros más frenéticos e improvisados, ahora que lo pienso creo que hasta medio eróticos, ello mientras desde la cocina limpia, por los bordes de la olla saltaban los aromas a promesa de un rico puchero.
Aquello era una fiesta, concertada al filo del medio día, justo la hora en que llegaba papá y, pum, apagaba la radio, suspendía la magia, una vez cancelado el contrato con Pérez Prado, allí va su monserga; las vas a hacer putas y al niño lo harás joto…acto seguido caminaba a su rutina pos laboral, una cerveza bien fría y algo para ramonear.
Aquello no era violencia intrafamiliar, ni bulling, nadie se reportaba ofendido, era una simple bravuconada de papá, irónica y propia de alguien que nunca aprendió a bailar, el hombre de la casa, volvían a encender la radio y sintonizaba las noticias que nos reportaban a un país que siempre se ha caído en pedazos y nunca se destruye del todo, así que cada cual a su quehacer y sanseacabó el bailongo, ellas al trajín, papá su trago y mamá mirando de reojo a sus hijas y hablándoles en voz baja…seguimos más tarde, sobre todo a ti Alicia, hay que pulir tus modales, te hace falta caminar con el libro del Quijote sobre la cabeza, para que un día sepas cómo cruzar un gran salón de baile como Dios manda, erguida, orgullosa…papá interrumpía el murmullo y se reía, atiendan al niño, quizás ya se cagó con tantas emociones -papá mentía-, el único aroma nacía justo en la cocina y no entre mis piernas, a todas éstas el viejo se me acercaba y me jalaba cariñosamente de las greñas y me daba una tierna bofetadita en la cara y listo, esa era su mayor caricia, yo me daba por bien servido.
Todo aquello, era futuro, era importante, aunque aún no lo sabía
Según entiendo la música traspasa el velo de los años, los reconstruye en la mente y nos vuelve humanos conscientes de haber vivido, quizás sea muy cierto aquello de que infancia es destino, también constituye un acto de resistencia a crecer frente a la vulgaridad que nos acecha a cada paso, obstruyendo los recuerdos de cada uno de nosotros, haciéndonos dudar sobre sí aquello fue cierto o sólo recuerdos de viejo, aunque con el tiempo y unas canas todos seremos viejos y nos llenaremos de recuerdos, de cápsulas que alimentan la memoria y nos hacen levantarnos cada día con una sonrisa a flor de piel, como ese vecino del mustang convertible que no se deja apantallar por esos tiernos de edad, que creen tener el tiempo a su favor y suelen pensar que los jóvenes estarán siempre de moda, cuando lo que siempre estará de moda es el estado de ánimo personal para vivir metido y feliz en nuestra edad.
Todos esos recuerdos me atraparon justo a la puerta de una de esas academias de baile de la ciudad, donde una maestra y un maestro cubanos imparten sus “cursos prácticos y divertidos para bailar salsa”.
¿Tendré edad para hacer esto?…qué carajos me pasa, ya estoy pensando como papá, en lugar de mirar la vida desde el lado de mi madre que no crió hijas putas o hijos jotos, sólo hijos felices, incluso si hubieran sido putas o jotos. Deja vu…adentro sonaba con fuerza musical y elegancia nostálgica Lou Vega y su mambo number five.

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