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Las travesías de Smoke y Blue in the face, de Paul Auster y Wayne Wang

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Las travesías de Smoke y Blue in the face, de Paul Auster y Wayne Wang

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ALUCINE

Por Alejandro Pulido Cayón.  

Toda película encierra una historia detrás de la historia que cuenta. Entre las más apasionantes, está la que oculta “Blue in the face” (El humo del vecino), original de Paul Auster y Wayne Wang. Esa cinta, de especial manufactura, constituye un arriesgado experimento de filmación que congregó a Madonna, Lou Reed, Jim Jarmusch y RuPaul, por citar a los más significativos y extravagantes que dejan cuadro a cuadro el espíritu de Brooklyn, donde no siguen el reglamento.

Auster, considerado el más importante novelista de ideas, dio importante giro a su carrera literaria una mañana de noviembre de 1990, cuando recibió la llamada del director de la página especial del New York Times, Mike Levitas, quien solicitó un cuento de navidad para la edición que se aproximaba.

A punto de rechazar el trabajo, Auster abrió una caja de pitillos y junto a ella vino el recuerdo del hombre que se los vendía. La imaginación le desbordó para crear el “Cuento de navidad de Auggie Wren”. Sencilla narración que se publicó en diciembre de ese lejano 1990, y que por azares llegó a manos de Wang, quien decidió hacer la adaptación fílmica.

Hasta ese momento, Auster, quien ya tenía fama en los circuitos literarios gracias a sus novelas, nunca había incursionado en el cine formalmente. Convencido por el cineasta, se dio a la tarea de escribir el guión de lo que sería su primera película: “Smoke”, protagonizada por Harvey Keitel y William Hurt.

Involucrado directamente con la producción, pronto tuvo la idea de hacer un trabajo más ambicioso, en términos de experimentación. Apoyado por el cineasta, Auster empezó el esbozo de pequeñas historias para dar pie a improvisaciones. Wang propuso que trabajaran en 12 escenas a las que dedicarían 20 minutos de filmación, 10 de ellos para una primera toma de ensayo y 10 más para la definitiva.

La idea era retomar a los personajes de “Smoke” y hacer del estanquillo de cigarros y puros el eje central de la trama. El personaje de Auggie Wren (Keitel), se prestaba para ser el pivote de las historias que habrían de narrarse. Con ello en mente, surgió la idea de “Blue in the face”, para la cual no había guión previo, pero sí una ferviente voluntad por retratar la grandeza de Brooklyn desde la óptica de sus habitantes.

Contrario a lo que es el proceso de producción, para este experimento no se contaba con guión, el plan de trabajo era muy simple: rodar y rodar durante tres días consecutivos. Todo el peso de la historia  radicaba en la improvisación actoral. Reunieron a una serie de personajes que harían los planteamientos más disparatados. Como el mismo Auster señaló: dejaron que los internos se hicieran cargo del manicomio.

A la par que Wang dirigía “Smoke” (que por cierto ganó el premio de la crítica y el Oso de Oro en el  Festival de Berlín 1995), Auster trabajaba con los actores en la preparación de las escenas, las discutía con ellos y escuchaba sus planteamientos. Finalmente, la primera parte de “Blue in the face” fue filmada los días 11, 12 y 13 de julio de 1994. Esa grabación estableció la primera experiencia del escritor detrás de cámaras.

El pietaje reunido requería un tratamiento especial. Chris Tellefsen entró al proyecto como editor. Mucho de lo que se consiguió en el primer montaje, que le daba mayor coherencia a la idea original de Wang y Auster, fue debido a la intervención de ese tercer personaje. “Blue in the face”, en esa parte del desarrollo, se sostenía en ese trípode creativo. Con la cinta ensamblada, se la presentaron a los productores Harvey y Bob Weinstein, quienes de inmediato lo adoptaron e incluso sugirieron algunas modificaciones, lo que implicaba otros tres días de grabaciones.

Debido a que Keitel debía atender un trabajo a principios de noviembre, se hizo necesario que rodaran lo más pronto posible. De esa forma, el 31 octubre de 1994 concluyó la filmación de lo que ahora se conoce como “Blue in the face”. Sólo seis días, menos de una semana para capturar en celuloide toda una filosofía de lo que significa Brooklyn.

Esta película es difícil de catalogar. Desde su concepción evitó ceñirse a los parámetros establecidos para el cine. No es un documental, aunque se le parece. Tampoco son simples sketches que se entrelazan. Sin contar una anécdota como tal, revela múltiples facetas de lo humano a través de pequeños fragmentos de la historia de los personajes. Podría decirse que es un mosaico de la vida en Brooklyn, mas la inteligencia de sus diálogos y situaciones trasciende esa clasificación. Es una pequeña genialidad que en nada respetó el reglamento. Punto.

 

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