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Jugaban al secuestro

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Jugaban al secuestro

imp201505200609360Leo la noticia. Vuelvo a leerla. Tanta crueldad, tanta saña, tanto sadismo, tanta mierda a tan corta edad. Las palabras que describen tal horror hacen estruendo de metralla por tanta podredumbre acumulada en nuestra sociedad. Fueron cinco adolescentes quienes asesinaron a un niño de seis años mientras «jugaban al secuestro». No se vale.
Los detalles del crimen son, por demás, abrumadores. Nos hablan de una descomposición social rampante, imparable, que se filtra como la humedad que carcome y derrumba muros. ¿En qué circunstancias crecieron los púberes criminales? Me resulta inconcebible el dolor de los padres de Christopher Raymundo, el inocente ultimado.
Ocurrió en Chihuahua la semana pasada, cuando descubrieron el cuerpo. Los perpetradores -dos mujeres de 13, dos varones de 15 y uno más de 11 años de edad-, ya están a disposición de las autoridades judiciales. La historia es una recreación salvaje de la novela El señor de las moscas, aderezada con la violencia que desborda a México. «Jugaban al secuestro», he ahí el elemento aterrador.
Cada día son más frecuentes las escenas de pubertos que se trenzan a golpes, sean hombres o mujeres. Los vídeos circulan libremente por Internet. A pocos escandalizan. En todo, caso sirven para el cotilleo de oficina y reírse un rato. Vivimos una época de grandes hipocresías: En tanto no se cumpla la filosofía que reza «una vez ahogado el niño tapemos el pozo», estaremos con la conciencia tranquila mientras buscamos otro combate grabado con el celular.
Podría argumentarse que se trató de un caso aislado, producto de condiciones específicas. Sin embargo, la manera de cómo ocultaron el cuerpo, lo enterraron y le pusieron un animal muerto encima del sepulcro «para despistar», nos habla sobre la influencia del entorno que lleva a esos comportamientos homicidas. Todo lo anterior constituye el mero síntoma de un mal profundo, canceroso.
Noticias como esta resultan estremecedoras por su alta dosis de crudeza. Toda la maquinación previa, la ejecución en sí misma, el contexto de recrear un secuestro, la superioridad numérica y de fuerza de los agresores, el encubrimiento, e incluso el silencio de una madre a quien le confesaron lo hecho, nos ofrecen el reflejo real de las carencias que arrastramos.
Este caso va más allá que el de los menores contratados como sicarios por el crimen organizado. Se trata del rostro más atroz de lo que vive una parte de la infancia mexicana: Niñas y niños que deberán crecer en un país con miles y miles de personas desaparecidas, víctimas un día sí y otro también de las luchas entre cárteles, ciudades sitiadas por la delincuencia, pueblos enteros desplazados por el temor a morir en el fuego cruzado. Y todavía somos capaces de gritar: ¡Viva México! Vamos bien, muy bien.
Existen muchas tareas pendientes que debemos completar si deseamos heredarle un mejor país a nuestros hijos. Y todas empiezan con algo elemental: educación y cultura.

Por Alejandro Pulido Cayón
En Twitter: @alexpulidocayon

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