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Indignación

fuego puertas palacio nacionalPor Alejandro Pulido Cayón

Arde la puerta de Palacio Nacional. La violencia desbordada. El país, otra vez como hace 20 años, patalea en el inicio de una terrible crisis política. Empujados hasta el límite de la paciencia, miles de mexicanos muestran justa indignación. Las imágenes son perturbadoras.
Y sin embargo, falta cohesión social, falta un catalizador que trascienda los medios y traduzca la protesta en acciones concretas, que lleven a una transformación verdadera, que sean el «estate quieto» para la élite gobernante que desdeña con total cinismo a la ciudadanía.
Pese a tratarse de un acto de salvajismo, el ataque a la entrada del Palacio posee un alto contenido simbólico. De igual manera, lo son las acometidas que se vieron en la sede del Ejecutivo guerrerense. Infiltradas o no, las marchas de protesta que desembocaron en barbarie son claro indicador del malestar en amplios sectores, no sólo de los estudiantes.
Y sin embargo, la atomización de la sociedad es la apuesta más fuerte del gobierno. Puede que millones sientan empatía con las familias de los 43 asesinados de Ayotzinapa, y en eso se queda: pura emoción. Mañana sigue la rueda girando, mañana a ganarnos el sustento, mañana otra vez a darnos golpes de pecho, mañana siempre se impone, mañana más y más post en Facebook y los tuits y las fotos en Instagram demostrarán, lamentablemente, el divorcio del mundo virtual con el real.
Han pasado dos décadas, toda una generación, desde aquel 1994, el año que de verdad vivimos en peligro. Y aquí seguimos. No bastó el asesinato del candidato presidencial, ni del presidente del PRI, ni el alzamiento zapatista o el secuestro de Alfredo Harp Helú o la caída estrepitosa de la moneda ni el error de diciembre para que resarciéramos el sistema político. En cambio, estrenamos siglo con una alternancia que, a la fecha, ha convertido a México en una gran fosa común, valga -ahora sí- el lugar común.
Y sin embargo, en este territorio hemos aprendido que, desde hace 20 años, la muerte se escriben con A, de Aguas Blancas, Acteal, Atenco y Ayotzinapa. Y que así continuará hasta que decidamos ponerle punto final. Pero eso parece imposible, porque somos incapaces de unirnos en un solo aliento. Un día de paro nacional sería suficiente. Un día en el que los millones que somos estemos de brazos caídos. Eso y nada más. No, la verdad es que preferimos la inmediatez para aprendernos la nueva gramática de las masacres y todo queda igual, sin meternos en problemas.
Triste pero cierto: nos han acostumbrado a que los cambios vienen desde arriba. Si no, pregúntenle a la Suprema Corte de Justicia de la Nación para qué sirven las consultas populares que, dicho sea de paso, también fueron propuestas desde las cúpulas partidistas a sabiendas de su inconstitucionalidad.
La indolencia es la divisa con la que se compra la impunidad en este país. Esa es la esperanza de la élite. En la indiferencia de otros tantos de millones de mexicanos es donde encuentran asidero los corruptos, los asesinos.
¿Será que nos han arrancado con fórceps la capacidad de soñar? Y sin embargo, ardieron las puertas de Palacio Nacional.

En Twitter: @alexpulidocayon

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