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Desde la escarpa de enfrente

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Desde la escarpa de enfrente

La mejor defensa

Por Enrique Rodríguez Balam.
Cuando alguien escribe sobre la ciudad de Mérida (sí, la de Yucatán) o en ella, o desde ella, caer en el elogio o el rechazo fácil, se vuelve una trampa silenciosa que lleva a quien narra, a descripciones de paisajes –que no paisajismos- bastante rupestres. O peor aún, en fobias y frustraciones proyectadas en una escritura que le cuesta salir de los límites del mercado o el calor del mes de mayo. En ocasiones, lo que presenciamos tras la lectura, son trazos costumbristas que, de tal anacronismo, se vuelven recursos primarios que ni el más fatídico folclor alcanza a disimular. Los lugares comunes se vuelven muros imposibles -no sólo de tumbar-, de saltar. Se puede escribir sobre gastronomía, pero los panuchos, salbutes y sopas de lima serán la referencia obligada sin siquiera proponérselo, dejando de lado, por ejemplo, las buenas apuestas de cocina de vanguardia surgidas en Yucatán. Lo mismo vale si se escribe sobre deporte, por ejemplo. A las primeras líneas hará acto de presencia la hinchazón del localismo sin sustento. Ese que nos conduce por esa “chop” calle que va en dirección a las añoranzas de las glorias del boxeo o del béisbol del antaño peninsular. En otras palabras, da igual sobre qué se escriba hoy en día – en la narrativa contemporánea-, los derroteros ya mencionados parecen ser el único camino transitable. De otras luchas, de otros afanes reivindicativos de algunos sectores o grupos, mejor ni hablo. No en este espacio. No para este texto. Habiendo hecho el paréntesis sin paréntesis, quisiera curarme en salud antes que el lector ilustrado se “encarame” sobre estas líneas. Al referirnos a la narrativa costurada desde Mérida o en Mérida, debemos subrayar la importancia de un texto que por su confección, pero también por la riqueza en recursos literarios, sobre sale entre las escrituras decantadas a partir del contexto citadino ya mencionado. Sí, me refiero a Palmeras de la brisa rápida de Juan Villoro, publicado en 1989. Tanto, que hasta ese texto se ha vuelto lugar común. Y por lugar común, me refiero a que el trabajo de tan connotado escritor, se ha convertido en referencia obligada desde muchas perspectivas. Y habrá que entender que leer su trabajo, sirve para ubicar qué ha dicho, cómo lo ha dicho y desde qué postura. Sí, para evitar repetir lo descrito y para formularse una metodología que busque al menos, cierta originalidad. Porque los pasajes folcloristas van desde Mérida, hasta Progreso. Sí, en yucateco se dice “Progreso”, no “Puerto Progreso”. Y es que lo correcto sería decir Puerto Progreso, así que espero que el lector avecindado en tierras yucas, no asuma que ejerzo algún juicio valorativo. Recuerden que los yucas, todo lo “viramos” al revés y lo volvemos local. Sirva todo lo anterior para decir, sin que yo pretenda hacer una reseña, que semanas atrás tuve el gusto de comenzar a leer un libro que contiene una serie de cuentos, escritos desde los bordes de contextos previamente delimitados.

Sí, algunos pensarán que es una novela corta, o una serie de cuentos hilados dentro de un cuento largo. No me meteré en esa discusión de épocas de la facultad. Sí, la narrativa del texto en cuestión, ha sido una bocanada de aire húmedo a 40 grados a la sombra. La mejor defensa, libro de cuentos de Alejandro Pulido Cayón, rescata, a como entiendo la escritura, las formas de contar pero sobre todo, de comunicar. Se trata de una lírica con peso, con madurez, sin que ello derive en una falta de vocación por asumir riesgos en la escritura. Ya desde las dedicatorias uno intuye la fuerza expresiva de su narrativa. Pero como dije que no haría una reseña, reservada para los que sí saben de ello, dejo en este momento de lado cualquier tipo de floreos verbales que pudieran hacer creer al lector que estoy analizando la obra. No. Y miren que empezar a contar, desde el primer párrafo con un paréntesis en medio de la nada, se vuelve tentador para definir algo parecido a los “no lugares” que Marc Augé nos ha enseñado desde la antropología, pero que en este caso se transparentan en un buen recurso literario. En los cuentos de Alejandro Pulido, los salbutes y panuchos se desvanecen ante los cigarros y el alcohol, así como las pálidas descripciones de Progreso beach de otras novelas se doblegan frente a table dances y escenas llenas de vértigo. Un vértigo, aquí sí, trepidante. Vivir “on the edge”, o al límite, se vuelven en los cuentos de Pulido, un enorme e intenso trayecto y no un punto de arranque ni de llegada.

Es una lectura con la que se siente empatía, bien por lo vivido en carne propia, bien porque la descripción es de tal crudeza en ciertos párrafos, que parecieran atajar los imaginarios más mojigatos. Sí, los cuentos dan pistas, -a veces con referentes demasiado claros- que las letras se dibujan desde la ciudad de Mérida. Sólo que aquí, el folclorismo, los pasajes pichetas con sus champolas, el localismo y la mirada distanciada del viajero que se maravilla o condena, no tienen cabida. Y no porque carezcan de relevancia los referentes locales, ni porque no puedan verse desde otro tipo de posicionamiento, sino porque la pluma de Alex, nos recuerda un principio básico de la escritura: la búsqueda de universalidad, en aquello que se comunica. El escritor comunica al lector, con independencia del lugar donde se produzca el texto. El arte, la literatura en específico debe sacudir, causar una conmoción. La apreciación estética, lo sabemos, está llena de subjetividades. El golpe de la emoción, no precisa de la contemplación para legitimar la producción literaria. Sí, es mi punto de vista, con todo lo subjetivo y discutible que pueda ser. Sirvan éstas líneas, no sólo para invitar a leer la obra de Alejandro Pulido, sino también, con suerte, de tomarnos el tiempo para pensar en lo bien que nos hace mirar nuestra casa, desde la cochera del vecino de enfrente. Desde la mirada del otro, por arriesgado que pueda parecernos.

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