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De vuelta al volcán de los dioses: ofrendas y autosacrificios en un cráter mexicano

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De vuelta al volcán de los dioses: ofrendas y autosacrificios en un cráter mexicano

El lago de la Luna, situado en el volcán Nevado de Toluca, acoge el primer archivo arqueológico subacuático, que guarda 52 objetos que, en su día, sirvieron de regalo a las deidades del pueblo matlatzinca.

Los antiguos habitantes de Mesoamérica creían que el mundo había empezado en las montañas y que, desde allí, la vida se había desparramado ladera abajo hasta teñir el planeta con todos sus colores y sabores. De las alturas, de los olimpos, venía el agua con la que regaban los campos, la que bebían, la que, al cabo, les daba de comer; en las alturas estaban los dioses que les protegían, los responsables últimos de su existencia. Por eso a cada poco subían caminos empinados cargados de ofrendas, por eso incluso al llegar arriba entregaban su propia sangre: todo se lo debían a los dioses, a las montañas.

En Nevado de Toluca, un volcán situado algo más de cien kilómetros de Ciudad de México, hay dos lagos (el de la Luna y el del Sol) a unos 4.600 metros del nivel del mar que sirvieron como lugar sagrado para el pueblo matlatzinca. Ellos pensaban que eran puntos de unión entre la tierra y el inframundo, y con esa idea entre ceja y ceja subían hasta allí para sumergir sus regalos, confiando en contentar de esa manera al dios del agua, que por lo que cuentan las fuentes históricas se dejaba ver de vez en cuando, como Nessie. El rito se repitió tantas veces que se convirtió en tradición, y esta se mantuvo durante un número escandaloso de años. Los últimos estudios arqueológicos hechos en este emblemático cráter han descubierto restos ceremoniales desde 1216 hasta 1820, aunque la última ofrenda se realizó hace apenas unas semanas…

La historia comenzó en 2007, cuando un equipo del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) extrajo del fondo de estos lagos cincuenta y dos objetos rituales para estudiarlos detalladamente. Desde entonces y hasta ahora han conseguido datarlos con bastante precisión y, a través de su análisis, revelar parte de la historia prehispánica de este emblemático lugar. Han descubierto, por ejemplo, que ese volcán siempre fue un sitio de culto local, de los matlatzincas, y no mexica, como se sospechaba en un inicio, y que lo más seguro es que a los lagos accedieran solo los sacerdotes y las clases altas, por la calidad de los materiales encontrados. También que probablemente allí se hacían autosacrificios, pues por la orilla se han recogido numerosas espinas de maguey (agave) que así lo sugieren. En fin, un par de detalles de los muchos que han desvelado.

Otra imagen de la expedición para devolver los objetos rituales prehispánicos al lago de la Luna
Otra imagen de la expedición para devolver los objetos rituales prehispánicos al lago de la Luna – INAH

Con el trabajo hecho, y con la certeza de que el deterioro de las piezas, que son de copal (un tipo de resina aromática), era inevitable, este grupo de arqueólogos tenía que decidir qué hacer con ellos. La respuesta a esta duda ha supuesto la creación del primer primer archivo arqueológico «in situ» para bienes culturales sumergidos. Sí: han devuelto esos conos, barras y esferas al fondo de esas aguas místicas, para que mueran en paz y de forma natural, conforme a la voluntad de los antiguos. «Siempre hemos guardado un profundo respeto por las creencias locales sobre lo sagrado. Así pues, siempre ofrendamos y pedimos permiso para hacer nuestro trabajo. Redepositar estos objetos es, de alguna manera, reconocer su valor simbólico», explica Roberto Junco, subdirector de arqueología subacuática del INAH y responsable del proyecto. Además, añade, «la preservación “in situ” es uno de los planteamientos de la convención de la Unesco de 2001».

Este gesto responde, por tanto, a criterios científicos, pero también a una tradición centenaria que, en muchos lugares del país, aún pervive. «Hay comunidades que siguen realizando visitas a los muchos volcanes de México. Siguen haciendo ritualidades orientadas a la fertilidad, a la lluvia, al buen clima», afirma Iris del Rocío Hernández Bautista, investigadora del mismo área del INAH. De hecho, insiste, todavía queda algo de esa magia en Nevado de Toluca. «Estando uno ahí se perciben las fuerzas meteorológicas de otra manera. Las lluvias, el viento, el frío, el sol… todo es más fuerte. Eso, junto a la cosmovisión matlatzinca, explica que sintieran que al llegar al volcán entraban al recinto de las deidades», asevera.

Existe una leyenda, hoy vigente, que habla de una sirena que va y viene por el Valle de Toluca desde tiempos remotos, y que habita los diferentes lagos, por los que se mueve sin parar. Ahora, cuando pase por este volcán encontrará su ofrenda perfectamente guardada en unas arcas de plástico.

.-Con información de ABC

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