Comunidades como la Mixteca, Topolabal, Chol, Cetzal y Zodzil, le ofrecieron un panorama real donde comprendió que están vivas y se representan en danzas, máscaras, rituales y creencias antiguas de la relación entre el ser humano, la naturaleza y los animales, así como la existencia de los nahuales. Con el paso del tiempo fue abrazando esa cosmovisión dando un lugar distinto en nuestro contexto como el universo que influyó en la creación de sus obras. Apeló al discurso de difundir la recuperación artística como colaboración con las comunidades indígenas; reconocer la cultura general de México para darle sentido a través de la creación de un taller donde se reutiliza el cartón para diseñar alebrijes, máscaras, catrinas y calaveras, que hoy día tienen gran aceptación. 

“El alebrije es un momento previo ante la creación de una deidad o un ser, es la posibilidad de traer a esta realidad elementos que no deben perderse dentro de una cultura colectiva que viven en mí como creencias, miedos, espiritualidad y raíces que piden salir para tener presencia en este mundo. Es ofrecerle respeto a través de piezas que cuentan una historia. El sistema nos hizo creer que nuestra esencia no valía y que teníamos que acercarnos a otras culturas como la occidental; aspirar a cuestiones materiales, a ser exitosos en lo económico y en lo profesional sin importar más… Esto nos alejó tanto de nuestra raíz que generó una desconexión entre los pueblos, la gente y su cultura”.