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Clausura del Festival Nacional de Danza Folclórica en el Teatro Peón Contreras

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Clausura del Festival Nacional de Danza Folclórica en el Teatro Peón Contreras

Permítanme hacer la confesión de que me hacía falta, mucha falta, estar enfrente de la brillantez danzaria por espacio de dos horas. Fue un placer para la retina, el oído y el espíritu ver a tantos bailarines jóvenes, sosteniendo sus tradiciones y costumbres, a pesar de toda la modernidad y avasallamiento digital.
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Bien, ayer domingo, al atardecer, se abrió el telón del Peón Contreras para celebrar la clausura del Festival de Danza Folclórica Mexicana promovido por la familia Espinosa Pat, mejor identificados como la familia Kambal.
Más de 150 ejecutantes desfilaron interpretando danzas de sus estados o regiones. Hubo de todo. La mezcla y la pureza. El virtuosismo y el candor, pero sobre todo la fuerza de México, de nuestra cultura, que la mantienen viva tantos y tantos tercos jóvenes y sus mentores, más tercos aún.
Me complacieron en especial las danzas queretanas, sus ropajes, peinados y huaraches, pues antes sólo montarse en un autobús del Distrito Federal a Querétaro, por entre las nubes de los magueyales, asomaban las nativas jalando su burrito y portando las ropas que hoy sólo se ven en los escenarios teatrales. Danzas lindas, suaves, impregnadas de misticismo y amor al suelo, al piso, a la tierra de donde surge el sustento del animal y el humano.
En otro momento, la Universidad de Nuevo León, con un nutrido grupo de bailadores, mostró la fuerza del golpeteo de las botas contra el piso, del contoneo de los torsos hasta sacudir las chaparreras, del meneo de las caderas féminas para elevar las faldas para convertirlas en círculos al vuelo de la música.
Ciudad de México, Veracruz, Yucatán y el país invitado, Colombia, con sus cumbias y ritmos afros nos dieron un atardecer de luz y amor, de entusiasmo y esperanza en el hacer la danza.
Todo fue una constante de entusiasmo y desbordamiento de energía, música y cantos en vivo.
Al final, uno de los hermanos Kambal solicitó la presencia de todos los participantes para aplaudirlos y “pedirles que bailen una jarana yucateca, el Chinito Koy Koy”.
¡Ah! Qué emoción ver los pies descalzos de los mulatos, las botas veracruzanas y norteñas, los huaraches del centro del país, guachapear al ritmo del 6/8, y hacerlo bien, todos girando, los brazos levantados y dándole, de esa manera, las gracias a nuestro Yucatán.
Estos festivales nos rinden cuentas de lo que México es en este momento, de lo inextinguible de sus tradiciones, por voluntad y valentía de unos cuantos.
En este momento nuestra entidad vive la emoción de varios festivales que se entrecruzan, satisfaciendo distintas necesidades sociales. ¡Bravo!

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