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Chucho, Raúl y Christian

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Chucho, Raúl y Christian

Playa de Celestún
Playa de Celestún

Infancia trabajadora en vacaciones

Por Virginia Carrillo.

Yucatán aspira desde hace varias décadas a ser polo turístico en la península. La vocación económica de nuestro estado, no se distingue con la claridad que sí tienen otras entidades del país y la consecuencia de ello es, entre otras, que seamos una de las zonas con los sueldos más bajos del país, según la Tabla de Salarios Mínimos Generales por Áreas Geográficas 1992-2014 publicada por la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (conasami.gob.mx).

A lo largo del tiempo la industria turística yucateca se ha desarrollado sobre proyectos endebles que no tienen aliento más allá de un sexenio, que se organizan desde la visión localista y cerrada de los propios empresarios yucatecos o con el propósito de atraer capital extranjero, lo que provoca que determinada oferta turística sea demasiado costosa para el visitante nacional. Así, el aprovechamiento de atractivos naturales o arqueológicos se realiza a partir de la ocurrencia, de la reacción exigida por la veleidad de la demanda y no sobre una planeación sólida e integradora que de verdad coloque a Yucatán como un núcleo turístico potente y estable, cuyo dinamismo defina la vocación económica del estado.

Desorganizadamente, sitios de innegable belleza se van convirtiendo en oferta turística en cuyo derredor crece el comercio informal de la gente nativa que encuentra en la afluencia de visitantes una opción para ganarse la vida improvisando los servicios que requieren. En un escenario así, Celestún, conocí a tres niños que atienden a quienes llegamos en automóviles.

Jesús, un muchachito que tendría alrededor de 10 años –calculé la misma edad de mi sobrino, que iba conmigo preparado con lentes de agua y traje de baño para la aventura marina–, me recibió en el estacionamiento del parador turístico de Cultur que por cierto vende a 1,250 pesos el paseo en lancha para conocer los flamencos, manglares y ojos de agua que son el atractivo de la Ría de Celestún. El precio se tarifa –obviamente– con base en el poder adquisitivo del turista extranjero. Para los mexicanos el alquiler de esas lanchas resulta muy caro. Jesús con la habilidad de quien ya tiene experiencia en el trato con los visitantes, me indicó dónde estacionarme, me ayudó con mis cosas y se presentó como el vigilante que se encargaría de cuidar mi vehículo. Indicó “me llamo Jesús, pero todos me dicen Chucho”. Varios chavitos como él permanecían atentos a la entrada de los coches para correr y conseguir primero a la clientela.

Más tarde, en la zona de los restaurantes de la playa estaban otros dos niños haciendo señas a los automovilistas que buscábamos algún lugar de estacionamiento. Uno de ellos me explicó que podía rentarme un lugar en su terreno: “Cuesta 40 pesos y puede quedarse toooodo el día”, enfatizaba extendiendo sus manitas. Cuando acepté me dijo que lo siguiera, corrió veloz dos calles delante de nosotros y me dirigió para entrar a un pequeño patio que despejó de algunos huacales en el piso para que pudiera acomodarme. Al despedirse el más grandecito hizo la presentación: “Somos Christian y Raúl, estaremos ahí donde nos vieron hasta tarde”. Enfrente había varios adultos sentados a la puerta de una cantina de donde salía mucha bulla.

La infancia trabajadora de este sitio es evidencia de la escasez de oportunidades, de un entorno económico empobrecido y de la improvisación de los servicios en un sitio con alto potencial turístico. Por otro lado, es el segmento de más fácil colocación en el mercado de la informalidad: “Son sólo niños queriendo ganarse unas monedas” piensan muchos. Estos muchachitos representan una entrada de dinero para sus familias movilizándose como fuerza de trabajo en su propio entorno vital, doméstico. El verano, las vacaciones, son para otros niños sinónimo de descanso; para Chucho, Raúl y Christian es la temporada alta para conseguir ingresos extras para sus casas, aunque tengan que chambear “todo el día”…

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