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Maléfica y otras miradas sobre el mal

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Maléfica y otras miradas sobre el mal

malefica

Por Enrique Rodríguez Balam

Maléfica…

–¿Quién es Maléfica? –Me pregunté hace unos días. Después de un proceso deductivo, llegué a la conclusión de que se trataba de alguien, en principio, “mala”. O algún sujeto vinculado a la maldad. O alguien no tan bueno. –¿Qué tan mala es y de dónde habrá salido? –Seguí con mi soliloquio. No lo sé, me dije. Y sin decir agua va, mis sobrinos interrumpieron mi diálogo interno: –¿No sabes quién es Maléfica? –¡No, no lo sé! –les respondí, ya casi al punto de la vergüenza. Sí, me sentí cuestionado y fuera del planeta.

En los postreros días, mi sorpresa aumentó cuando empecé a observar que la mayoría de la gente con la que hablaba, no sólo sabía del personaje, sino que, a decir de ellos, “morían” por ir a ver el estreno de lo que entonces supe, se trataba de una película. Mis interrogantes tomaron distintos caminos. Por tanto, me hice otras preguntas. ¿Por qué el grupo social al que pertenezco, sabía de ese personaje, de la película y yo no? Vamos, soy una persona que comparte ciertos gustos e información dentro de un sector medianamente instruido, con todas las aspiraciones del intelectual clasemediero; conozco series de televisión, películas de moda, incluso las que no lo son, las de directores afamados y hasta las de “bajo presupuesto” con pretensiones de arte. Sí, hombre, esas cuya producción presenta fallos de iluminación o de sonido y que pretenden hacernos pasar por obras de arte, con visiones de una cruda realidad representada en 8 milímetros. No había vuelta de hoja. Mi profundo desconocimiento sobre Maléfica, seguro se debía a una laguna mental en los recuerdos fragmentados de mi vida. ¿Qué otra cosa podría ser?

Y no pude más.
Y me encomendé a san Google.
Y comencé a buscar información sobre ese tema…

¡Claro! ¡Se trata del personaje antagónico, la mujer mala del cuento de la Bella Durmiente! Llegado a este punto, lo del personaje y la película dejaron de ser algo que pudiese seguir despertando mi curiosidad. Quizá deba decir, que nunca me han gustado las historias de Disney. Me causan pereza: por predecibles, por su corrección política, por la carga doblemoralista encubierta en su lastimoso “…Y vivieron felices para siempre…” Sí, por eso.
Pese a mis fobias confesas, fue la respuesta que la audiencia manifestó respecto al estreno y la historia de la película, lo que llamó mi atención. El argumento de la trama, lo que al parecer movía a las personas a querer verla, era que se trataba de “la otra historia”, la visión desde el punto de vista de la mala. Maléfica. Vale la pena recordar, que las narrativas literarias desde antaño basaron sus historias dentro de ciertos cánones éticos normativos de conductas, planteados desde referentes opuestos: el bien y el mal. Aunque alguien por despiste suela atribuirlo a un recurso de Hollywood, sabemos que tal dicotomía podría remontarse a épocas bíblicas o aquellas historias míticas donde se encarnaban batallas entre personajes que buscaban vencer al mal con el bien. Narrativas que han mantenido estructuras similares desde el más obscuro medioevo, hasta el Romanticismo y el “luminoso” Modernismo. En ese sentido, pareciera ser que ciertas industrias fílmicas, han venido apostando por contar historias que, si se me permite la comparación, podrían encajar perfecto en visiones del “perspectivismo”, tal como lo inaugura en su apuesta teórica, el etnólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro. Sin abundar en ello, dicha visión rescata desde el interior, la manera como la “alteridad” visualiza el mundo. Así, nos dice Viveiros, el hombre no va de cacería, son los animales los que van a la guerra para enfrentar a los hombres.
Como dije, se trata sólo de una analogía, pues lejos estoy de pretender teorizar sobre las tramas fílmicas del presente, pero es un hecho que hoy en día, ciertas formas de hacer cine para las masas, se ha enfocado en tratar de privilegiar visiones del mundo desde enfoques que antes no vislumbrábamos como ficciones posibles. Si bien en la literatura contemporánea abundan ejemplos que contradicen lo anterior, ha sido otra y muy reciente la historia en películas dedicadas al entretenimiento de las masas en la actualidad.

En Toy Story, se ve el mundo desde la perspectiva de los juguetes, en Madagascar, Ratatouille y la Era del Hielo desde la visión de los animales y en Shrek, se nos cuenta el mundo, no tan malo, desde la mirada del ogro que en el fondo es tan compasivo, que es incluso capaz de dar amor y formar una familia perfecta, lejana a cualquier disfuncionalidad estereotipada. Se trata de enfoques que con humor o sin él, pretenden hacernos mirar desde ángulos “poco habituales” tramas capaces de proyectarse sobre visiones de la vida; enfoques que nos ayuden a comprender por qué se actúa de un modo y no de otro. Pretenden construir empatía con aquel a quien que no se conoce, en parte porque no se deja conocer, pero también por la construcción antagónica que los dramas sociales construyen sobre él: un sujeto que no es culpable, ni de su condición ni de sus actos.

Al final, lo que encontramos son productos de industrias cinematográficas que responden a las demandas de un mercado, plagado de sociedades ansiosas por conocer otras perspectivas, otras versiones de un mismo relato, “otras caras de otras monedas”. Eso sí, nunca despojados de la ilusión de encontrar, incluso detrás de una realidad social diferente, la trampa de la eterna paradoja: la búsqueda del bien, a través del mal. Quedémonos con esa idea, después de todo, fonética y silábicamente, pocas son las fronteras lingüísticas que dividen Benéfica, de Maléfica.

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