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Los elementos judíos de Ana María Aguiar

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Los elementos judíos de Ana María Aguiar

Virginia Carrillo y Ana María Aguiar
Virginia Carrillo y Ana María Aguiar

Comentarios expresados durante la presentación de los libros de Ana María Aguiar Loría «El elemento judío en La hija del judío de Justo Sierra O’Raelly» y «Shalom Jerusalem 3000», el 11 de marzo de 2014 en la FILEY.

Por Virginia Carrillo.

Es sabido que quien desempeña el rol de estudiante, aprende no sólo de sus profesores, sino de las personas con las que comparte ese lado de la cancha en un salón de clases. Ana María Aguiar Loría fue una presencia que recuerdo siempre sonriente, amable y dispuesta a compartir con sencillez lo mucho que sabe –aunque no suele reconocerlo precisamente porque es muy sencilla–, en materia de literatura y en particular sobre el mundo judío. Si me pidieran un calificativo para describir a Ana María, no encuentro uno mejor que el de “experta”. Sí; experta en la cultura judía, en el conocimiento de un amplio territorio de la literatura, en el correcto uso de la lengua, ella es el reflejo de su propia biblioteca.

“En la Universidad Modelo, en aquellos tiempos felices” apuntaba Ana María Aguiar en el artículo que publicó el sábado pasado en el periódico Por Esto! a propósito de esta presencia suya acá en la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán, refiriéndose a la época en la que nos conocimos estudiando el diplomado en Literatura Hispanoamericana con el que se inauguró la Escuela de Humanidades de nuestra querida Universidad Modelo. Vaya que fueron tiempos felices: por lo que aprendimos, por la gente que conocimos, porque nos conocimos. Y también porque en ese proceso inacabable de aprender, como luciérnaga que señala el camino en medio de la oscuridad, está el trabajo compartido generosamente por Ana María en los libros Shalom Jerusalén 3000 y El elemento judío en La hija del judío de Justo Sierra O’Reilly y en otras publicaciones donde ha plasmado los resultados de sus diligentes y acuciosas investigaciones y experiencias.

En Shalom Jerusalem 3000 la autora nos lleva de viaje. Con ella visitamos sus memorias de otros años y otros lugares, la acompañamos a la ciudad de las tres religiones, nos presenta a don Max Shein y al patriarca Kiriat Gat y nos dibuja de una manera muy cercana la gran figura del sabra de Jerusalén, Isaac Rabin, el hijo sacrificado en 1995, en la búsqueda de la paz del pueblo judío. Aquilato altamente este libro, por sus amenas remembranzas y por la manera en la que les otorga sentido acudiendo a la historia bíblica desde una perspectiva pacifista que busca la integración de las sociedades y las naciones, salvando las diferencias y respetando la dignidad y la identidad del otro.

Antes ya he dicho que tanto en la lectura de sus publicaciones, como en las conversaciones con Ana María, he podido entender mejor el lugar que los judíos han ocupado en el mundo y su influencia en la cultura universal y por supuesto en la nuestra.

Como lo ha demostrado la autora, aunque la hechura de La hija del judío es de mediados del siglo diecinueve, se publicó de noviembre de 1848 a diciembre de 1849, tiene todavía mucho qué revelarnos, interesante información que se esconde entre líneas no sólo acerca del siglo XVII, época donde Sierra O’Reilly colocó la diégesis de esta novela histórica, sino del mismo siglo XIX y de cómo, desde la perspectiva de su mundo social –el de don Justo-, el siglo de las independencias miraba su pasado colonial. Son aspectos metaliterarios del texto los que Ana María Aguiar ha consignado y analizado para que en El elemento judío en La hija del judío, encontremos datos esclarecedores de cómo hemos sido para entender cómo somos en la actualidad, dibujando el mapa de relaciones dialógicas que establece la novela del natural de Tixcacaltuyú con producciones europeas como Ivanhoe de Walter Scott, con El judío errante de Eugene Sue y con textos de Alejandro Dumas, entre otros, también en el afán de “rodear de atractivos inesperados a la alfabetización” como refiere Carlos Monsiváis respecto a las novelas de folletín de Vicente Riva Palacio.

En la novela por entregas que caracterizó al siglo del periodismo literario, el autor debía utilizar diversas estrategias que le permitieran conseguir la tensión suficiente para mantener el interés del público que recibía periódicamente los capítulos de la historia. Una comunidad lectora importante, esperaba con gran expectación el avance de la trama en el capítulo venidero de esta apasionante historia publicada en El Fénix de Campeche, periódico que el doctor Sierra O’Reilly dirigía. En la concepción ilocutiva que persigue ese interés, la que busca un efecto, Justo Sierra organizó La hija del judío con subtítulos como “El puñal asesino” “Rebeldía imposible” “En nombre de la Santa Inquisición” o “La revelación”… frases que en sí mismas pretendían seducir al lector, inquietarlo, estableciendo una complicidad basada en la curiosidad de los lectores y lectoras de aquella época, pero que todavía puede ejercer atracción en nosotros, lectores posmodernos y posmasivos. Novela histórica que se ajusta a la fórmula de la corriente romántica, donde unos jóvenes amantes sufren al saber que es imposible la realización de su amor, sin oportunidad de escapar de las normas que la sociedad romántica decimonónica estableció para las relaciones amorosas entre mujeres y hombres: el amor se padecía, la pasión se consideraba irracional, el sensualismo sólo podía ser inmoral y la muerte resultaba liberadora.

María, la protagonista, tiene la impronta que actúa como una maldición –que no eligió, pero por la cual se le culpabiliza- que le da esa condición inasequible a su amor con Luis de Zubiaur: es judía. Estigma en un mundo social donde la Iglesia Católica impuso por la fuerza su dominio y del que difícilmente alguien podía sustraerse debido al pavoroso control ejercido desde el Santo Oficio. Muy simple: a quien contravenía voluntaria o involuntariamente la fe católica, se le castigaba con la muerte o con la tortura. Y María contravenía con su sólo origen los mandatos del catolicismo imperante. ¿Cómo escapar de ello? Con el ocultamiento. Entonces vemos que esta obra consigna los recursos que la sociedad creaba para esconderse, para defenderse: familias paganas que simulaban profesar el cristianismo, personajes tachados de herejes o judaizantes que buscaban refugio en el nuevo mundo donde su condición de extranjeros les permitía ser “otros”, clero que actuaba a la vez como enemigo y cómplice, oscuros espías que plasmaron con ingenio su astucia en singulares invenciones como el confesionario rojo del templo del Jesús o Tercera Orden y elaboración de leyendas sobre fantasmas y aparecidos que conseguían paralizar de miedo incluso a quienes ejercían el poder o la autoridad como el General Campero a quien le escribieron, en un recado, “a las doce de la noche, en la catedral te espero”. En fin, todo tipo de intrigas y engaños, para sobrevivir en una Nueva España cuya cúpula gobernante resultaba amenazante y opresora.

Pero más allá de explorar estos elementos que conforman La hija del judío y los efectos que causó en el lector de su tiempo, Ana María Aguiar fija su atención en las evidencias de lo judío que escapan de la mirada del receptor común; de este modo elige una perspectiva desde la cual tiene herramientas sólidas para defender la tesis de que, a pesar de revelar el texto en su desenlace que la joven heroína no era judía, existen en el mismo corpus suficientes evidencias para considerar que sí lo era, como lo fueron muchos de los colonizadores que encontraron en Yucatán el aislamiento y la distancia necesarios para mantenerse a salvo de la Inquisición.

Paso a paso, en una prosa sencilla y amena, la autora fortalece su hipótesis y nos va revelando con minuciosidad los aspectos para desdecir lo que el mismo sujeto de la enunciación afirma: María es judía aunque para alcanzar el final feliz –excepcional en el romanticismo- el texto haya requerido decir que no lo era. Juego de palabras, mensaje entrelíneas sólo desentrañable para miradas muy conocedoras y bien informadas sobre el mundo judío como lo es la de Ana María. Su proyecto apuntó a desarticular lo metaliterario escondido en lo implícito del discurso de la novela de don Justo y obtuvo hallazgos muy afortunados sobre ese metarrelato velado, pero potente en lo innombrado, de la sociedad decimonónica. ¿Y qué hay para nosotros en el libro de Ana María Aguiar? Pues nada menos que la revelación de los entretejidos de nuestra cultura, el hallazgo vibrante de una parte de los orígenes de nuestras costumbres, tradiciones, prácticas y objetos culturales. La reafirmación de la naturaleza mestiza de nuestra sociedad, que se ha enriquecido con la multiculturalidad, que reclama el reconocimiento de todos los pueblos que han sido y son piezas fundamentales del mosaico en el que se dibuja el rostro de nuestra identidad. Muchas gracias –VCR marzo de 2014.

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