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Adiós Maestro

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Adiós Maestro

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Carta de Melissa Ishbel Juárez Torres. 17 años
Estudiante de la Preparatoria No. 2 UADY, Mérida Yucatán.

«Ayer falleció José Emilio Pacheco, escritor (una de tantas profesiones que desarrolló).
De su vida sé poco, de su obra lo suficiente como para saber que no pasaría desapercibido en mi colección de autores. Él, como muchos otros de su época, dio la imagen del México del siglo pasado, llevándola más allá de lo mundano, dando a observar esos rasgos que nos caracterizaban (y puede que aún) a la sociedad. Dotaba a cada personaje de una sencillez casi familiar usando un lenguaje abierto, sin esos adornos intelectuales que tantos le ponen a sus obras. Podía hacer que el lector añorara épocas que jamás vivió, logrando que éste deseara recuperar tiempos lejanos y perdidos, dibujando a la ciudad y a sus habitantes, costumbres, jerarquías, estigmas y cotidianidades.
Hace meses falleció también Carlos Fuentes, otro grande de las letras mexicanas. En cada noticiero pasaron su biografía, un día entero fue tema de interés en Twitter. Así, uno a uno irán yéndose los que plasmaron al país en simples hojas, los que se atrevieron a saltar la brecha y tuvieron el talante y talento para representar nuestros panes de cada día.
Cuando conocí a Poniatowska ella no hilaba mi conversación, cosas de la edad, pensé. ¿Será que la próxima vez que la vea, sea porque apareció su noticia luctuosa en televisión? Espero que no.
Las mentes brillantes del siglo pasado, los referentes de las nuevas generaciones, dejan un legado importante. Escritores, cineastas, músicos, poetas, cientos más, que a opinión de muchos no tendrán similares en varios años.
Qué honroso sería que éstos sucesos de luto dispararan la curiosidad de la gente, que al menos unos cuantos leyeran sus obras para saber de qué se estuvieron perdiendo todo ese tiempo, así como cuando muere un Michael Jackson.
Nos toca a nosotros, los que quedamos, alimentarnos de cosas que solo se encuentran en esos libros viejos, para así tener un legado de cultura para nuestros hijos o simplemente poseer la satisfacción de enseñarle algo a alguien. Mostrarles que hay vida más allá de la muerte siempre y cuando nuestras obras beneficien a los demás. No esperar a que alguien muera para «gastar» en un libro suyo.
Lo que todos estos autores hicieron fue retratarnos, levantarnos la cara y mostrarnos ante el espejo, con todas nuestras virtudes, calamidades, desgracias y orgullos. «¿Cómo para qué?» dirían muchos. La respuesta es: Para caminar, para que al vernos desde afuera nos supiéramos dueños de nuestro destino como nación, sociedad, familia y persona o por una razón aún más sencilla…para imaginar, para vivir otras vidas y tener otros nombres.
El mejor legado que se puede dar a alguien (y qué mejor si es en vida) es el conocimiento, ése que ayuda a crecer y no solo a vanagloriarse. ¿Porqué no hacerlo desde ahora? Mucho antes de que veamos otra biografía en el noticiero.

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